viernes, 19 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 59

–Lo que le ocurrió a tu hermano no fue más que un trágico accidente – le dijo–. No le fallaste, igual que hoy no nos has fallado ni a Valentina ni a mí.

Las palabras de Paula actuaron como un bálsamo curativo sobre la herida que tantos años llevaba aún abierta tras la muerte de Marcos. Por primera vez desde aquel día Pedro se sintió liberado del enorme peso de la culpa. Desde ese día fatídico en que había estrechado entre sus brazos el cuerpo sin vida de su hermano se había sentido como congelado por dentro. Había evitado cualquier relación en la que pudiesen estar implicados los sentimientos. Así era más fácil, sin involucrarse emocionalmente. Pero con Paula era distinto. Había atravesado sus defensas, y sin saber cuándo ni cómo había empezado a importarle. Cuando su hija se había perdido había compartido con ella su angustia, y habría sido capaz de remover cielo y tierra para devolvérsela.

A Paula se le cortó el aliento cuando Pedro apretó sus dedos y se llevó su mano a los labios para besarle los nudillos. Sus ojos dorados buscaron los suyos, y el aire pareció cargarse de electricidad. Se le erizó el vello de los brazos, y notó que se estremecía por dentro. El otro brazo de Pedro, que había estado apoyado hasta ese momento en el respaldo del sofá, le rodeó los hombros y la atrajo hacia él. Estaba segura de que Pedro podía escuchar los fuertes latidos de su corazón en el denso silencio, igual que ella oyó cómo se agitaba la respiración de él cuando sus labios se posaron sobre los suyos. No pensó en rechazarlo ni por un instante, y sus labios temblaron ligeramente bajo los de él por la intensidad de las emociones que estaban desplegando sus alas en su interior, como la confianza, algo que había creído que nunca volvería a sentir. Fue un beso tierno y evocativo que le llegó al corazón. Se sentía segura con él, y ya no le importaba bajar la guardia para permitirle descubrir la sensualidad innata que tanto se había esforzado en reprimir.

¿Qué tenía aquella mujer que podía volverlo loco con un simple beso?, se preguntó Pedro. Deslizó los dedos entre sus sedosos cabellos, y decidió que la respuesta no importaba. Los suaves labios de ella se entreabrieron para dejar paso a su lengua. Su piel parecía de satén, pensó cuando apretó la boca contra su garganta. Tiró suavemente del cuello de la bata de seda de Paula, dejando al descubierto el hombro, y sus labios descendieron hacia él. Había estado con muchas mujeres, pero en aquel momento se sentía como un adolescente, apenas capaz de controlar sus hormonas, ni deevitar que le temblaran las manos. Bajó lentamente el fino tirante de su camisón, dejando al descubierto centímetro a centímetro la deliciosa curva de un seno, y aspiró entre dientes cuando finalmente pudo cerrar la palma de su mano sobre él. Tembloroso de deseo, agachó la cabeza y lamió el sonrosado pezón una y otra vez hasta que se puso duro antes de tomarlo en su boca.

Paula no pudo contener un suave gemido de placer cuando Pedro comenzó a succionar su pecho. Un escalofrío descendió por su cuerpo hasta llegar a la unión entre sus piernas. La pasión que había empezado a arder despacio, de pronto se convirtió en una especie de fiebre que exigía ser aplacada. Pedro le quitó la bata y le bajó el camisón hasta la cintura, dejando sus dos pechos expuestos a su hambrienta mirada. Cuando lamió primero uno de los pezones y luego el otro, Paula arqueó la espalda en una súplica muda. Nunca había sentido su cuerpo tan vivo como en ese momento, asediado por los labios y las manos de él. Éste volvió a tomar su boca una vez más, y el beso se tornó ardiente mientras sus lenguas se enzarzaron en un duelo. La respiración de ambos se había tornado agitada cuando Pedro levantó la cabeza y la miró a los ojos.

–Ti voglio… te deseo… –le dijo con voz ronca.

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