miércoles, 10 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 36

–¿Has cortado con ella por un beso? –inquirió, tratando de parecer indiferente–. ¿No fuiste tú quien dijo que no era para tanto? –añadió, mordiéndose el labio sin darse cuenta–. No significó nada para ninguno de los dos.

–Veámoslo.

El cambio en su voz, que de repente había sonado más profunda, debería haber puesto a Paula sobre aviso, pero Pedro se movió tan deprisa que no tuvo tiempo de reaccionar. Un brazo le rodeó la cintura, atrayéndola hacia sí, y la mano libre la tomó de la barbilla antes de que su boca cubriera la de ella. Y esa vez no fue un beso lento y seductor. Fue brusco e insistente, fruto de la frustración provocada no solo por la tozudez de ella, sino también por el hecho de que desde el primer beso había estado deseando volver a besarla. Al sentir sus suaves curvas contra su cuerpo una ráfaga de deseo se disparó por sus venas. Su mano abandonó la barbilla de Paula para enredarse en sus cabellos, y tiró de su cabeza hacia atrás para poder explorar su dulce boca.

Desesperada, Paula luchó contra la tentación de rendirse a él, de abandonarse al placer de aquel increíble beso. La parte lógica de su cerebro le recordó que no quería aquello, que su vida iba muy bien sin pasión y sin deseo. Esas emociones no le habían acarreado más que dolor en el pasado, y sería una tonta si se dejase embrujar por ellas de nuevo. Entonces,  ¿Por qué en vez de apartar a Pedro de un empujón, abrió los puños lentamente y puso las palmas de las manos contra su pecho? Los insistentes y eróticos asaltos de su lengua acabaron con su débil resistencia. Un gemido escapó de su garganta, se estremeció, y empujada por una necesidad que apenas comprendía, le respondió afanosa. Pedro, al sentirla capitular, la besó de un modo más sensual, y Paula se estremeció de nuevo cuando deslizó la mano por debajo del borde del jersey para acariciar la franja de piel desnuda sobre la cinturilla de los pantalones. Paula se notaba la piel extraordinariamente sensible; tanto, que el roce de las yemas de sus dedos le produjo unos pinchazos exquisitos de placer. Rogó para sus adentros que su mano subiese un poco más, que se introdujese por debajo de su sujetador y tocase sus pechos. Se notaba los pezones endurecidos, y una humedad más que evidente entre las piernas, además de un ansia que solo podría aliviarse si apretase su pelvis contra los muslos de él.

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