lunes, 15 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 47

–No puedo aceptarla; con lo que me pagas ya es más que suficiente.

No fue capaz de disimular el pánico que se traslucía en su voz. No quería sentirse en deuda con Pedro.

–¿Tanto te cuesta aceptar un regalo?

Pedro había pronunciado esas palabras en un tono tan amable que minó sus defensas y de pronto Paula sintió que le picaban los ojos. No podía llorar delante de él, pero sentía una necesidad inexplicable de confiar en él y contarle que por culpa de Javier había perdido el placer de recibir regalos. Le había hecho muchos durante los años que habían estado casados, y ella ingenuamente había creído que esa generosidad era un signo de su amor por ella, pero tras su muerte había descubierto que las flores y los frascos de perfume no habían sido más que una forma de acallar su conciencia después de acostarse con una de sus muchas amantes. Cerró los ojos, intentando bloquear el recuerdo del dolor que Jack le había causado, y cuando los volvió a abrir allí seguía Pedro, tan increíblemente guapo con pantalones negros a medida y camisa de seda blanca. Sus ojos dorados la observaban fijamente, como los ojos de un tigre acechando a su presa.

–¿Qué quieres de mí? –le preguntó en un susurro, desesperada.

Pedro alargó la mano y apartó un mechón de su rostro. Fue un contacto tan leve como el roce de las alas de una mariposa sobre su mejilla, pero Paula se sintió como si la hubiese marcado a fuego. No podía decir ya que lo único que quería era satisfacer su deseo; había mucho más.

–Una oportunidad para ganarme tu confianza –le dijo.

–¿Por qué? –inquirió ella con una mezcla de temor y confusión.

Parpadeó para contener las lágrimas, sin saber que Pedro ya las había visto y que el verlas había hecho que se le encogiese el corazón.

–Podrías tener a cualquier mujer –murmuró.

Ya la había embaucado una vez un atractivo guapo donjuán; no podía cometer el mismo error otra vez.

–Te deseo –dijo él con voz ronca, deslizando la mano hasta su nuca.

Una vocecilla advirtió a Paula de que debería apartarse de él, en ese mismo instante, pero los ojos dorados de Pedro la tenían hipnotizada, y se quedó mirándolos impotente mientras él inclinaba la cabeza. Fue un beso de una ternura tan inesperada que a ella le llegó al alma. Los labios de Pedro acariciaron los suyos sensualmente, con pasión contenida; apenas contenida. Paula se estremeció cuando la atrajo hacia sí, y admitió para sus adentros que estaba perdiendo la batalla que estaba librando consigo misma. Aquello era lo que quería: estar entre sus brazos, sentir sus labios sobre los suyos… Levantó los brazos y le rodeó el cuello con ellos. El gemido que abandonó la garganta de Pedro cuando entreabrió los labios hizo que un escalofrío de excitación le recorriese la espalda. De pronto se oyó un crujir de neumáticos sobre la gravilla del camino que conducía a la casa, y luego el ruido de puertas de coches cerrándose y un murmullo de voces. Pedro separó de mala gana sus labios de los de ella, irritado por la interrupción y se quedó mirando a Paula a los ojos. El pánico que había visto en ellos hacía unos instantes había sido reemplazado por una bruma sensual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario