miércoles, 24 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 66

Alfredo siguió su mirada, y su expresión se tornó pensativa.

–Soy un hombre viejo –dijo–. El mes pasado cumplí los noventa años, y ya va siendo hora de que ceda el control de la compañía a mi nieto – exhaló un suspiro–, pero le he dicho a Pedro que antes de que tome el timón quiero que abandone la vida de playboy que lleva. Debería casarse con una buena chica italiana con la que tener un hijo que herede la compañía de él algún día.

Paula lo miró con escepticismo.

–Me temo que el matrimonio no está entre las prioridades de Pedro.

El anciano resopló.

–Mi nieto conoce sus obligaciones. Eleganza es su amante favorita, y hará lo que tenga que hacer para hacerla suya.

El mayordomo anunció en ese momento que podían pasar al comedor, pero cuando se sentaron a la mesa Paula había perdido el apetito por la conversación con el abuelo de Pedro, y no disfrutó de los exquisitos platos que les sirvieron. Tampoco ayudaba demasiado el hecho de que a Rocco lo habían sentado en el otro extremo de la mesa, mientras que ella tenía a su izquierda a un anciano tío suyo que apenas hablaba inglés, y a su derecha a Diana Manzzini.

–De modo que Pedro te ha preferido a esa bonita y joven vecina suya –comentó Diana al final de la cena, apartando su plato de tiramisú, que ni siquiera había tocado.

Paula se había fijado en que apenas había comido nada, y dedujo que debía ser así como mantenía su figura de modelo. No sabía muy bien cómo responder a su comentario, pero Diana no parecía estar esperando una respuesta, porque no esperó ni un minuto antes de añadir:

–Ya me dí cuenta en la fiesta de su abuela de que no podías quitarle los ojos de encima. Pero sabes que no durará, ¿Verdad? Pedro no es capaz de comprometerse. Ni siquiera fue capaz de hacerlo por su hijo.

Paula dejó su tenedor en el plato para ocultar el temblor de su mano, y se dijo que las náuseas que sentía de repente se debían a haber comido sin apetito. No debería creer una palabra de lo que estaba diciéndole; ya conocía la afilada lengua de Diana. La ex amante de Pedro pareció advertir su contrariedad.

–Por la cara que has puesto deduzco que no te lo había dicho –Diana se encogió de hombros–. Bueno, tengo que admitir que no sé si será cierto; es solo algo que se comenta por ahí.

–¿El qué? –inquirió Paula con brusquedad.

–Que Pedro dejó embarazada a una de sus amantes hace años y tiene un hijo. Los rumores dicen que el chico y su madre viven aquí, en Génova, y que Pedro viene a verlos todas las semanas. Supongo que eso explicaría por qué, según mi marido, se marcha temprano todos los viernes de la oficina.

–Podría haber una docena de razones –respondió Paula con calma.

Había sacado conclusiones precipitadas acerca de Pedro antes, y se había equivocado. No tenía intención de cometer otra vez el mismo error. Sobre todo por las palabras de una mujer despechada porque lo suyo con Pedro no hubiera funcionado. Confiaba en él. Aquella revelación le hizo sentir algo cálido en el pecho. Después de la traición de Javier había pensado que nunca podría volver a confiar en nadie, pero Rocco siempre había sido sincero con ella. Incluso al reconocer abiertamente que no quería una relación seria.

–Los rumores raras veces resultan ser más que mentiras malintencionadas –le espetó a Diana con frialdad–. Yo desde luego no me lo creo –pensó en la paciencia que tenía con su hija. Estaba segura de que si Pedro tuviera un hijo sería un buen padre–. Es un hombre honorable.

La modelo enarcó sus finas cejas.

–¿No me digas que te has enamorado de él? –le dijo burlona–. Bueno, no digas que no te lo advertí.

La cena terminó poco después y Paula se sintió tremendamente aliviada cuando Pedro se reunió con ella y salieron de allí tras despedirse de su abuelo. Las dudas eran como las malas hierbas, pensó mientras él ponía el coche en marcha; al principio son solo pequeñas semillas, pero acababan invadiéndolo todo.

–Has venido todo el camino muy callada, cara –comentó Rocco cuando llegaron a Villa Lucia y se bajaron del coche–. ¿Te pasa algo?

–No –se apresuró a negar Paula–. Solo estaba pensando en… cosas.

El corazón le golpeaba con fuerza las costillas. Durante su matrimonio nunca había pedido explicaciones a Javier en las muchas ocasiones en que había llegado tarde a casa después del trabajo. Había tenido demasiado miedo de saber la verdad y había acallado sus sospechas.

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