miércoles, 3 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 28

–¿Que son…? Si es una cuestión de dinero, por eso no hay problema. Te pagaré lo que quieras. Mi abuela no querrá venir si no vienes tú –se quedó mirándola, sumamente irritado por la obstinación de Paula–. ¿Qué se supone que debo hacer? Los dos sabemos que no estará segura si se queda en Nunstead Hall, pero yo tengo compromisos en Italia que debo atender, y tengo que volver como muy tarde la semana que viene.

Paula intentó ignorar la punzada de culpabilidad que sintió. No podía negar que lo mejor para Sara sería ir a Italia con su nieto, pero tendría que encontrar otra manera de convencerla.

–Siento que le hayas dado falsas esperanzas a tu abuela, pero no puedo ir –le dijo–. Y no veo por qué tendría que explicarte mis motivos  cuando apenas nos conocemos –añadió sin arredrarse cuando vió el brillo enfadado que relumbró en los ojos ambarinos de Pedro–. Eso es todo lo que tengo que decir –concluyó levantándose–. Y creo que tú deberías marcharte ya.

¡Estaba echándolo! Ninguna mujer le había pedido jamás que se marchase de su casa, y era una sensación que no le gustaba nada en absoluto, pero le había expuesto su idea y no iba a suplicarle, así que se puso en pie y dejó su vaso en la mesita al mismo tiempo que Paula. Sus dedos se rozaron, y ella apartó la mano con tal brusquedad que volcó su vaso, que aún estaba medio lleno, y el vino tinto cayó en cascada por el borde de la mesa.

–¡Oh, mierda! –exclamó ella espantada al ver la mancha que estaba extendiéndose por la moqueta–. ¡Tenía que pasar justo ahora! El agente llamó antes para decirme que mañana va a venir un matrimonio a ver la cabaña.

–Iré por un trapo–dijo Pedro, que ya estaba dirigiéndose a la cocina.

Paula corrió detrás de él, y mientras él salía con el trapo húmedo se puso a buscar en el armario donde estaba segura de que había guardado el quitamanchas, hasta que recordó que lo había acabado de gastar en Navidad y había tirado el bote vacío.

–¿Cómo está?, ¿Se ve mucho? –preguntó angustiada, mientras salía a toda prisa de la cocina.

Como justo en ese momento Pedro salía, se chocaron en la puerta del salón.

–Iba a decirte que no te preocuparas, que no se nota nada; no te pongas histérica.

–No estoy histérica –replicó ella alzando la voz.

 De acuerdo, sí, tal vez sí que estuviera perdiendo los nervios.

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