miércoles, 31 de julio de 2019

Te Quiero: Capítulo 8

La despertó un fuerte golpe dos horas después. Salió corriendo de la cama y vió luz en la habitación de al lado.

—No me digas que se ha caído de la cama —murmuró para sí misma.

Pero Pedro estaba sentado en la cama con cara de sueño, con la lamparilla en la mano. El motivo del golpe, resultó evidente. Una de las puertas del porche se había abierto, dejando que la lluvia entrara en el cuarto.

—¡Maldita sea! Seguramente no la cerré bien —exclamó, cruzando la habitación y empujando la puerta contra el viento—. Lo siento —dijo, volviéndose hacia la cama, mojada por la lluvia—. Era probablemente lo que menos necesitabas en tu estado, que algo te sobresaltara en mitad de la noche.

—Yo… —el hombre se recostó—… no podía adivinar qué había pasado.

La muchacha se puso al lado de la cama y lo miró con semblante preocupado.

—Sí. ¿Estás bien? Te encuentro un poco pálido.

—Estoy perfectamente… bueno, relativamente.

—¿Qué te parece… una copita de coñac? Creo que yo me voy a poner una. Pensé que el tejado se había caído.

—Es una idea estupenda, Paula.

La muchacha sirvió dos vasos pequeños de cristal y se sentó al lado de la cama de Pedro.

—¿No te asustan las tormentas? —quiso saber el hombre.

—No —contestó ella, dando un sorbo a su copa—. Me gustan.

—Es una pregunta estúpida.

—¿Te asustan a tí?

—Aunque sé que no es algo normal en un hombre, te diré que sí. Una vez vi un rayo golpeando a un caballo y nunca me repuse de aquello. Aunque ya no tengo que esconderme debajo de la cama.

Paula se echó a reír.

—No te creo.

—Pues deberías.

—¿Dónde estaba el caballo?

—No puedo recordarlo, pero…

—No lo intentes —aconsejó ella inmediatamente—. Siento haberte preguntado. Bebe un poco de coñac.

Él la miró con una expresión extraña.

—Hay cosas mejores que esconderte bajo una cama durante una tormenta.

—¿Cómo qué?

—Como tener a alguien a tu lado a quien puedas abrazar.

Paula parpadeó en silencio y vio cómo Ben miraba su pijama azul y su pelo suelto. La muchacha tragó saliva y tosió.

—Vas… demasiado rápido, Pedro Alonso.

—Alguien decía que había que vivir el presente. Creo que sería mucho mejor. Puede que así pudiera dormirme de nuevo.

—Claro que vas a dormirte de nuevo. Te daré una de esas pastillas.

—Querida Paula, no me hagas eso. Odio tomar fármacos. No sabes lo mal que te sientes cuando te despiertas después de tomar pastillas para dormir.

—Bueno, pero no voy a meterme en la cama contigo… estás loco.

El hombre sonrió y, a pesar de que estaba lleno de heridas y cicatrices, de que sus labios estaban secos y agrietados y de que su mandíbula estaba oscurecida por la barba, a Paula le pareció uno de los rostros más vitales que jamás hubiera visto.

—Considerando que estoy herido, que he perdido la memoria y odio las tormentas… —el hombre se detuvo al oír un trueno—. ¿Podrías quedarte a hablar un rato conmigo? Tú también pareces bastante espabilada.

—Yo… —se mordió el labio.

La muchacha se dió cuenta de que era cierto que se había espabilado por completo y que sería horrible permanecer tumbada en la oscuridad pensando.

—De acuerdo, pero sólo un rato. Iré a ponerme una bata.

—¿Para intentar evitar que pueda hacerte cualquier otra sugerencia?

—Porque tengo frío, sólo por eso —replicó ella, saliendo del cuarto.

Volvió con una bata blanca, calcetines blancos y una manta escocesa. Se colocó en un sillón y se puso la manta sobre las piernas. Luego dio un trago a su coñac.

—¿Estás seguro de que no tienes frío? —preguntó.

—Seguro, gracias —respondió él educadamente.

—¿De qué hablamos?

—No te puedo contar nada sobre mí, así que tendrás que ser tú la que hable.

—Ya te he dicho sobre mí todo lo que estoy dispuesta a contarte —protestó Paula, mirándolo fríamente.

—¿Ni siquiera cosas generales? Por ejemplo, tus ambiciones, tus planes… a menos que estén todos ligados a Wattle Creek.

Ella dió un suspiro y ladeó la cabeza.

—No tienes por qué decirlo así, como si eso fuera tan… limitado.

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