viernes, 26 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 71

La primavera había llegado por fin a Northumbria, y el jardín de Primrose Cottage estaba lleno de amarillos narcisos que agitaba la brisa. Un día perfecto para la excursión que iban a hacer los niños de la guardería a una granja cercana para ver los corderos recién nacidos, pensó Paula, recordando el entusiasmo de Valentina aquella mañana. La pequeña se había hecho pronto a estar otra vez en Little Copton, y aunque había mencionado unas pocas veces a Pedro y a Sara se había mostrado encantada de ver a sus amiguitos de la guardería otra vez. Y por lo menos de momento no tenía que preocuparse por encontrar otro sitio donde vivir. La pareja que iba a comprar la cabaña se había echado atrás en el último momento, y el casero le había dicho que podía quedarse hasta que apareciera otro posible comprador. Y con suerte pasarían unos cuantos meses antes de que eso ocurriera, se dijo mientras continuaba arrancando las malas hierbas de los arriates.

La semana próxima Paula volvería al trabajo, pero hasta entonces estaba tratando de mantenerse ocupada para no pensar. No había dejado de ver en sus sueños el rostro furioso de Pedro cuando se había subido al taxi y le había dicho al taxista que las llevase al aeropuerto de Génova, ni de recordar una y otra vez sus últimas palabras. «No te daré otra oportunidad»… ¿Quién querría otra oportunidad de un mentiroso?, se dijo irritada. Durante el viaje de regreso a Inglaterra se había repetido que había hecho lo correcto. Llevaban allí cinco días, y aunque durante el día había conseguido dejar de pensar en él manteniéndose atareada, cuando llegaba la noche y estaba sola en la cama era distinto. Las largas horas de oscuridad se le hacían interminables, reconoció para sus adentros mientras arrancaba unos dientes de león con el rastrillo, arrodillada en el césped. Lo echaba tanto de menos que el dolor que se había instalado en su corazón se negaba a abandonarla, igual que las obstinadas yerbas que volvían a reaparecer en su jardín.  Quizá hubiera otra explicación a lo de aquel niño que tanto se parecía a Pedro. Le recordaba a otra persona, y después de haber estado dándole vueltas durante días se había dado cuenta de que se parecía muchísimo a Marcos, el hermano que Pedro había perdido hacía veinte años. ¿Y qué?, se preguntó cansada. Eso no significaba nada. Era normal que el hijo de Pedro se pareciese también a su hermano. Era algo que estaba en los genes. Era innegable que él tenía secretos que no le había contado. La había engañado y la había hecho sentirse como una idiota. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas y fueron a caer a sus vaqueros. Ni siquiera después de morir Javier se había sentido tan mal como se sentía en esos momentos, como si alguien estuviese aserrándole el corazón. Cuando oyó el chirrido de la puerta de la verja se apresuró a secarse las lágrimas con la manga. Los chismes corrían como la pólvora en un pueblo pequeño como aquel, y el cartero sentiría curiosidad si la veía llorando. Sin embargo, en vez del alegre «buenos días» del cartero solo hubo silencio. Hasta el mirlo que había estado cantando en una rama del manzano se quedó callado. Con el vello de la nuca erizado Paula se puso de pie, se volvió, y le pareció que el suelo se movía como la cubierta de un barco en una tormenta. No lograba articular palabra, y cuando por fin habló, su voz sonó ronca.

–¿Por qué has venido?

Su némesis, el dueño de su alma, esbozó una sonrisa triste. Pedro se había preparado todo un discurso, pero al ver el rostro de Paula húmedo por las lágrimas y lo desdichada que parecía se le olvidó lo que iba a decir, y le respondió simplemente con la verdad.

–He venido porque me he dado cuenta de que no puedo vivir sin tí, cara.

Paula cerró los ojos, como si quisiera que desapareciera, pero no pensaba ir a ninguna parte. Avanzó hacia ella pensando en las noches de pesadilla que había pasado antes de reconocer que el orgullo no era un buen compañero de cama. Se detuvo frente a ella y le dijo:

–Diego, el niño con el que me viste, es mi hermanastro, hijo ilegítimo de mi padre. Sus tres hijos heredamos su inusual color de ojos.

Paula se quedó mirándolo boquiabierta, y un sentimiento de culpa la invadió. ¡Su hermanastro! Por eso Pedro le había dicho que el niño se parecía a Marcos…

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