viernes, 5 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 31

El cielo gris y desapacible con que amaneció el domingo reflejaba el humor de Paula. Valentina no quiso ni desayunar ni almorzar, y no dejaba de toser. La pequeña estaba viendo caer la lluvia, incesante, con la nariz apretada contra el cristal de la ventana.

–¿Cuándo va a salir el sol? –preguntó con un suspiro–. Quiero salir a jugar.

–Pronto llegará la primavera –le dijo su madre.

Sin embargo, de inmediato se sintió culpable al recordar la sugerencia de Pedro de que acompañasen a Sara a Portofino para que su hija disfrutase de unas vacaciones de tres meses en la soleada Italia. Claro que eso ya estaba absolutamente descartado. La noche pasada había quedado claro que no era capaz de resistir la atracción que sentía por él. Apartó a Pedro de su mente, le puso a la pequeña una de sus películas de dibujos favoritas para que se entretuviera, y se concentró en terminar las tareas de la casa para poder jugar con ella. Por la tarde una pareja de jubilados se pasó a ver la cabaña. Quedaron encantados con ella, y unas horas después su casero la llamaba para informarle de que no solo estaban dispuestos a pagarle lo que pedía, sino que además querían comprar la cabaña cuanto antes. Aquello acabó de estropearle el día, y por si fuera poco esa noche de nuevo no consiguió conciliar el sueño hasta altas horas de la madrugada porque no podía dejar de pensar en Pedro.

El lunes por la mañana, como Valentina no solo tenía peor la tos, sino que además se despertó con mucha fiebre, Paula decidió llevarla al médico, que le diagnosticó una bronquitis y le recetó un antibiótico. Por suerte consiguió cambiar de hora la mayor parte de las visitas que tenía ese día, y Sandra, una compañera, accedió a ocuparse de algunos de sus pacientes.

–Con la única con la que tendré problema es con la señora Symmonds –le dijo Sandra–. Como vive tan lejos…

–Yo iré a verla –respondió Paula–. Puedo llevarme a Valentina conmigo.

Tenía que enfrentarse a Pedro en algún momento, así que, ¿por qué no acabar con ello cuanto antes?, se dijo mientras se dirigían a Nunstead Hall. Había dejado de llover, pero las carreteras estaban llenas de charcos formados por el aguacero y la nieve derretida. Como no hubo respuesta cuando llamó a la puerta, supuso que él estaría ocupado en algún lugar de la enorme casa y usó la llave que le había dado Sara. Sin embargo, cuando entraron se dio cuenta de inmediato de que la calefacción no estaba puesta. Hacía casi tanto frío dentro de la casa como fuera, con el viento gélido que soplaba sobre los páramos. Sara estaba en el salón, sentada en un sillón junto a la chimenea, donde ya solo quedaban rescoldos. Estaba pálida y tenía los ojos cerrados. Por un instante a Paula se le paró el corazón, pero respiró aliviada al verla moverse.

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