viernes, 5 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 33

–Estuve allí ayer, pero volví por la noche –respondió encogiéndose de hombros.

De modo que era cierto, pensó Paula. Después de besarla se había ido a ver a su amiga francesa. ¿Por qué se sentía traicionada?, se preguntó con irritación? Era ridículo. Sabía que era un playboy. Y el beso tampoco había significado nada para ella.

–No puedo creerme que te fueras a París dejando a tu abuela aquí sola con la caldera estropeada y con la mano hinchada y dolorida –le espetó–. Es lo más despreciable que… ¡Por amor de Dios!, ¿no podías controlarte? ¿O es que un revolcón con esa Candela como se llame es más importante para tí que tu abuela?

Un silencio tenso descendió entre ellos antes de que Pedro le espetara en un tono gélido:

–¿De qué diablos estás hablando?

–De que salieras corriendo a ver a esa mujer francesa después de besarme. De eso estoy hablando –respondió Paula subiendo la voz–. Me da igual lo que hagas o con quién, pero es imperdonable que dejaras a tu abuela sola, congelándose en este caserón.

–No la dejé sola –replicó Pedro, explotando de pronto–. ¿Y si esperases a conocer los hechos antes de lanzarte a hacer acusaciones injustas y ridículas?

–Tú mismo has dicho que ayer te fuiste a París.

–Sí, pero mi abuela ha estado todo el domingo con Juan y Nora Yaxley en su granja. Yo mismo la llevé allí por la mañana antes de volar con mi avión privado a París, donde pasé unas horas antes de volver por la tarde para recogerla. Esta mañana cuando me desperté me encontré con que la caldera se había estropeado –le explicó con aspereza–. Llamé a un técnico para que viniera a repararla, y cuando estaba enseñándosela mi abuela se pilló la mano con la puerta. Me aseguré de que no se hubiese roto los dedos, y luego encendí la chimenea del salón para que no se enfriara mientras iba a cortar más leña. No la he dejado sola en ningún momento.

Paula bajó la vista al suelo, deseando que se la tragara la tierra. Había vuelto a sacar conclusiones precipitadas, juzgando equivocadamente a Pedro.

–Por lo que me dijo tu abuela entendí que te habías ido a París después de que se pillara la mano con la puerta –murmuró–. Claro que la verdad es que parecía algo confundida. Lo siento.

Se mordió el labio. Se había equivocado, sí, pero aún estaba el hecho de que se había ido a París a ver a su amante y… Paula frenó sus pensamientos al tiempo que trataba de bloquear de su mente la imagen de la hermosa mademoiselle Pascal y de Pedro haciendo el amor. De repente le ardía el estómago, pero no eran celos, se dijo con obstinación; algo de lo que había comido debía haberle caído mal. Desesperada por evitar el contacto visual, se puso a preparar té.

–Bueno, en cualquier caso ya estás de vuelta –dijo–. ¿Cuándo estará arreglada la calefacción?

–Le dije al técnico que no la arreglara. El problema no está solo en la caldera, también habría que cambiar todas las tuberías, y en una casa tan enorme como esta eso llevaría meses.

Paula parpadeó.

–Pero tu abuela no puede vivir aquí sin calefacción.

–Pues claro que no. Por eso estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo en que tengo que convencerla como sea para que se venga a vivir a Italia conmigo –Pedro tomó la bandeja que Paula había preparado y salió de la cocina.

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