miércoles, 3 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 26

–Nos estamos desviando del tema por el que has venido. ¿Qué tal si nos sentamos y me cuentas qué es eso que has pensado?

Cuando entraron al salón le indicó con un ademán que tomase asiento en el sofá, pero ella, en vez de sentarse a su lado, se sentó en el sillón orejero junto a la ventana. Pedro sirvió el vino, y después de levantarse para darle su vaso volvió a sentarse.

–¿No estarías más cómoda aquí, a mi lado? Así cuando no estés bebiendo podrías dejar el vaso sobre la mesa.

Paula se sonrojó al ver el brillo divertido en sus ojos.

–Estoy bien aquí, gracias.

Decidida a no dejarle entrever cómo la irritaba, se echó hacia atrás y tomó un buen sorbo de vino. Era deliciosamente suave y afrutado, y notó de inmediato que un calorcillo agradable la recorría, relajándola.

–Bueno, ¿Y qué has pensado hacer con respecto a tu abuela? Me temo que las autoridades locales no le proporcionarían un cuidador que viva con ella, pero hay agencias privadas que sí disponen de enfermeros cualificados que podrían visitarla todos los días.

Pedro sacudió la cabeza.

–Mi abuela necesita más que eso. Está demasiado frágil para continuar viviendo sola en Nunstead Hall, y ya has visto que aunque contrate a alguien que viva con ella es capaz de despedirle si no es de su agrado.

–¿Y qué propones entonces? Sara se ha empecinado en que no abandonará Nunstead Hall.

–Lo sé –respondió él con un suspiro–. Como medida temporal, hasta que se haya recuperado de la operación de la cadera y de la quemadura en la mano, le he propuesto que se venga conmigo a pasar unos meses en Portofino.

Paula enarcó las cejas.

–¿Y ha dicho que sí?

–No. Todavía no. Pero se me ha ocurrido una idea con la que creo que podré convencerla –dijo Pedro, mirándola a los ojos–. He apuntado la posibilidad de que podrías venir tú también como su enfermera particular.

Paula, que estaba tomando otro sorbo de vino en ese momento, acabó tomando un gran trago de golpe por aquella inesperada revelación. El alcohol debió subírsele derecho a la cabeza, porque por un instante se notó mareada antes de digerir las palabras de Pedro.

–Pues será mejor que «desapuntes» esa posibilidad –le dijo con aspereza–, porque no tengo ninguna intención de irme a Italia. Es una idea ridícula además de imposible.

–¿Por qué? –inquirió Pedro muy calmado–. No será más que algo temporal, una convalecencia de tres meses. Tengo la esperanza de que durante ese tiempo se acostumbre a aquello y acepte quedarse a vivir conmigo.  Al principio se negaba en redondo a considerarlo siquiera porque le preocupaba sentirse sola y que echaría de menos a los amigos que tiene aquí, pero es evidente que tú te has convertido en su mejor amiga además de ser su enfermera, Paula –el tono suave en que pronunció su nombre hizo que un cosquilleo le recorriera la espalda–. Pero cuando le dije que tal vez tu estuvieras dispuesta a venir esos tres meses se mostró mucho más dispuesta a considerarlo.

–No tenías derecho a decirle eso a tu abuela sin preguntarme antes –le espetó Paula irritada–. ¿No ha pasado por tu mente el hecho de que tengo una vida aquí en Inglaterra, un trabajo, una hija? No puedo marcharme tres meses y abandonar mis responsabilidades así como así. Y jamás dejaría a Valentina con mis padres durante tres meses. Cuando ha pasado más tiempo lejos de mí ha sido un fin de semana que estuvo en la casa de campo que los padres de Javier tienen en Francia.

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