miércoles, 24 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 67

Ahora, al echar la vista atrás, lamentaba su falta de valor. Tenía que encarar los problemas de frente, se dijo. Por eso, cuando Rocco la atrajo hacia sí, sabiendo que si la besaba ya no sería capaz de hacer lo que tenía que hacer, le puso las manos en el pecho para detenerlo y le preguntó:

–¿Tienes algún hijo?

Pedro dió un respingo y frunció el ceño.

–¡Dio!, ¿qué clase de pregunta es esa? –le espetó con aspereza–. Por supuesto que no.

–Bueno, pero tú mismo me has reconocido que has estado con muchas mujeres –insistió ella a pesar de todo–. ¿No es posible que alguna se quedara embarazada?

–No, no lo es –respondió él cortante–. Siempre tomo precauciones; no hay ni la más mínima posibilidad. ¿Qué clase de hombre crees que soy? – soltó una risa amarga–. Pensándolo mejor, no me contestes. La experiencia me dice que tu respuesta no será muy halagadora.

Parecía dolido, pensó Paula sintiéndose mal. Su sorpresa y lo ofendido que se había mostrado la convenció de que había cometido un error al dar credibilidad a las palabras de Diana. Se mordió el labio y murmuró bajando la cabeza:

–Perdona; era solo un pensamiento estúpido que ha cruzado por mi mente.

Pedro se quedó mirándola.

–Si hubiera dejado embarazada a una mujer ahora no estaría contigo; estaría casado con la madre de ese niño.

Paula alzó la vista hacia él sorprendida.

–Pensaba que no creías en el matrimonio.

–El ejemplo de mis padres no era el mejor desde luego, pero los niños deben ser siempre la prioridad. Y puede que esté un poco anticuado, pero creo que tienen que crecer en una familia con un padre y una madre. Aunque mis padres discutían a menudo por lo menos éramos una familia. De hecho, cuando se separaron, lo que yo quería era que volviesen a estar juntos.

Se hizo un silencio tenso entre ambos y Paula, segura de que lo había enfadado, volvió a agachar la cabeza de nuevo.

–Deja que te haga una pregunta –dijo él de repente–. ¿Por qué no quieres hablar nunca de Javier? Sé que lo amabas –continuó antes de que ella pudiera contestar–, pero han pasado tres años y no puedes seguir reprimiendo tus emociones.

–¿Qué sabrás tú de emociones? –le espetó ella molesta–. Cambias de amante como quien se cambia de camisa, y desde el principio me dejaste bien claro que lo nuestro sería una relación puramente física en la que las emociones no tendrían parte alguna.

–Sí, es verdad –asintió él muy serio. Alargó la mano para remeterle un mechón por detrás de la oreja y la miró a los ojos–. Pero ahora ya no pienso igual. Has desbaratado las reglas por las que regía mi vida; he descubierto que quiero tener una relación de verdad contigo, Paula –le dijo suavemente, con una sonrisa algo triste cuando ella se quedó anonadada por su revelación.

Paula aspiró por la boca y trató desesperadamente de calmar los latidos de su corazón desbocado, pero la mirada en los ojos de Pedro, una mezcla de ternura y de pasión, no le dejaba pensar con claridad.

–¿Qué clase de relación? –inquirió cautelosa.

–Quiero que nos conozcamos mejor, que compartamos nuestros pensamientos… y nuestros sentimientos. Sé que también debemos pensar en Valentina, y por eso quiero que vayamos despacio, pero te quiero en mi vida, cara –la atrajo hacia sí–. ¿Tanto te cuesta confiar en mí? –le preguntó lleno de frustración al ver que ella no decía nada–. Te juro que no quiero hacerte daño. Estoy preparado para intentarlo, pero necesito que des el primer paso conmigo –murmuró–. ¿Querrás hacerlo, Paula?

Su rostro estaba tan cerca del suyo que podía notar su cálido aliento en los labios. Se estremeció, ansiosa porque volviera a besarla, a seducirla una vez más. ¿Qué debía hacer? Esa noche, durante la cena, había decidido que no iba a creer las acusaciones de Diana, que iba a confiar en él, y se había sentido bien de haber arrojado a un lado las cadenas del pasado. ¿Por qué no intentarlo?

–Sí –susurró, y respondió afanosa cuando él la besó.

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