lunes, 22 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 65

–Ah, así que quieres jugar, ¿Eh? –riéndose, Pedro le quitó el sujetador y cerró las manos posesivamente sobre sus pechos–. ¿Sabes lo que le pasa a las enfermeras traviesas? Que sufren un castigo terrible: se les cubre de besos cada centímetro de su cuerpo.

Comenzó por los pezones, lamiéndolos hasta que Paula comenzó a gemir. Tomó uno en su boca y luego el otro, y tras quitarle las braguitas continuó aquella tortura entre sus piernas. Al cabo de unos segundos Emma jadeaba, desesperada por tenerlo dentro de sí. Alargó la mano, y notó a Pedro estremecerse cuando empezó a acariciarlo. Sin embargo, antes de perder el control él se puso un preservativo y se colocó entre sus muslos.

–No más juegos, cara –murmuró, y la penetró.

Paula se deleitó con cada embestida y le rodeó la espalda con las piernas para intensificar las exquisitas sensaciones que estaban aflorando en su pelvis. Además, estaba experimentando algo que no había experimentado jamás con Javier: era como si sus almas y sus cuerpos se estuviesen fusionando en todo, igual que un círculo, sin principio ni fin. Sin embargo, todo llegaba a su fin antes o después, y pronto le sobrevino un orgasmo explosivo que le hizo arañar la espalda de Pedro mientras su cuerpo palpitaba con un espasmo tras otro de placer. Rocco siguió moviendo las caderas, llevándola al paraíso una segunda vez, donde la siguió con un gemido salvaje. Paula apoyó la cabeza en su hombro, y Pedro sonrió cuando se quedó dormida. Le permitiría una breve siesta antes de darse un segundo festín con su delicioso cuerpo, y sin duda también un tercero. Era incapaz de resistirse a ella.



–¿Qué le parece mi casa, señora Chaves?

Paula, que estaba junto a la ventana admirando la vista de la ciudad de Génova con sus edificios antiguos iluminados por la luz de las farolas, se volvió al oír la voz de Alfredo Alfonso.

–Es increíble –contestó.

Podía decirlo con sinceridad después de que Pedro le hubiera hecho un pequeño recorrido por la casa, cuyas elegantes estancias estaban decoradas con piezas de anticuario.

–Esta parte de Génova, señora Chaves, se conoce como «La Ciudad Antigua», y ha sido declarada patrimonio de la humanidad –le dijo Alfredo.

Más bajo de estatura y más corpulento que su nieto, por el cabello plateado y el rostro surcado por las arrugas Paula calculó que Alfredo Alfonso debía tener más de ochenta años. En sus ojos castaños había un brillo astuto que la ponía nerviosa.

–Llámeme Paula, por favor –le dijo con una sonrisa vacilante.

El anciano asintió con la cabeza.

–Pedro me ha dicho que son buenos amigos usted y él.

Paula se sonrojó. «Buenos amigos» no era la descripción más exacta de su relación, pensó recordando cuántas veces habían hecho el amor la noche anterior.

–Sí, he venido tres meses a Italia como acompañante de Sara.

Alfredo la miró fijamente.

–¿Y luego regresará a Inglaterra?

A Paula le entristecía pensar en eso, pero disimuló sus sentimientos como pudo y asintió.

–Volveré a mi trabajo de enfermera.

Su mirada se dirigió al otro extremo del salón, donde Pedro estaba charlando con una mujer muy atractiva que le había presentado antes: Vanina Rosseti, la única mujer ingeniera de Eleganza. A juzgar por cómo estaba mirando a Pedro y pestañeando con coquetería, es taba segura de que en ese momento no estaba pensando precisamente en motores híbridos.

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