viernes, 5 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 34

Cuando estuvieron sentados en el salón y Paula sirvió el té, se hizo evidente que Sara era incapaz de sostener la taza con la mano que tenía hinchada, y que tampoco le resultaba fácil con la mano vendada.

–Espera, deja que te ayude –le dijo Paula, compadeciéndose de la anciana, que se obstinaba en demostrar que podía valerse por sí misma.

Pedro fue hasta la chimenea y se acuclilló para azuzar el fuego con el atizador y añadir otro tronco, no por que hiciera falta, sino para apartar la vista de su abuela. Aún le costaba hacerse a la idea de que estaba en el ocaso de su vida. Los ojos le picaban de repente, pero parpadeó con fuerza diciéndose que era solo por el humo de la chimenea. Su mente voló al pasado. Había sido su abuela quien lo había consolado en los oscuros días que habían seguido a la muerte de Marcos, y quien había insistido en que aquel trágico accidente no había sido culpa suya. La había oído diciéndole a su madre que dejase de culparlo, que debería haber sido más responsable como madre y no cargar a un adolescente con el cuidado de un niño. En su abuela había tenido una amiga y una aliada cuando más lo había necesitado. Ahora era ella quien lo necesitaba, y no iba a fallarle. Se incorporó y al volverse se quedó mirando a Paula, que estaba ayudando pacientemente a su abuela a tomar el té a sorbitos. Con él no podía ser más irritante, pero la delicadeza y el cariño con que trataba a su abuela lo conmovían. Su abuela bajó la vista a sus manos malheridas y luego lo miró con resignación.

–Parece que no se me puede dejar sola, ¿Verdad?

–Son cosas que pasan, nonna. Pero por suerte tengo la solución –dijo Pedro sin vacilación–. Paula ha accedido a venir a Portofino para cuidarte hasta que te recuperes. Y por supuesto llevará a Valentina con ella –añadió para tranquilizar a la niña, que lo miró preocupada.

Vió a Paula tensarse de inmediato, pero antes de que pudiera decir una palabra su abuela le dirigió una sonrisa radiante de visible alivio.

–¡Ay, Paula, no sabes cuánto me alegra oír eso! Pedro había estado intentando convencerme de que me fuera a pasar una temporada con él, pero lleva una vida muy ajetreada, y temía sentirme sola. Pero si Valentina y tú van a estar conmigo será como unas vacaciones maravillosas… antes de que vuelva aquí –dijo recalcando las últimas palabras al tiempo que miraba a su nieto.

Pedro decidió que con la cabezonería de su abuela no sería muy prudente insistir en ese momento en que no podía seguir viviendo allí sola.

–Ya discutiremos eso cuando te hayas repuesto del todo –respondió. En vez de dirigirse a Paula, que parecía estar intentando fulminarlo con la mirada, se dirigió a Valentina–. ¿Te gustaría venir a Italia y pasar una temporada en la casa que tengo junto al mar?

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