miércoles, 17 de mayo de 2023

Inevitable Atracción: Epílogo

 —Si te quedas quieta un momento, querida —pidió Alejandra, arrodillada en el suelo ante Paula.


—Pero se supone que la ceremonia tenía que haber empezado hace una hora protestó su hija—. ¿No podemos olvidarnos del bajo? Estaré igual de casada con un bajo inacabado.


El pelo rojizo brillaba bajo el velo y su esbelta figura quedaba resaltada con un vestido de seda color marfil de cintura estrecha y falda amplia, lo que demostraba que Ruth era capaz de acabar un proyecto cuando se dedicaba a ello. Había concluido un metro de seis metros de bajo con puntadas pequeñas e invisibles... ¡Quedaban cinco! Sonó una llamada furiosa en la puerta.


—Paula, ¿Qué pasa ahí? —preguntó la irascible voz del novio.


—Estamos terminando el bajo —repuso.


—¡Pedro! —exclamó Alejandra consternada—. ¡Vete de inmediato! No debes hablar con Paula antes de la ceremonia.


—Si no sale en dos segundos puede que nunca más hable con ninguna de ustedes. No me caso con ella por el bajo, Alejandra. Libera a mi novia.


—Ya casi he acabado, querida —musitó con sonrisa indulgente.


La puerta se abrió y Pedro entró. Llevaba un frac y, en opinión de Paula, se lo veía devastadoramente atractivo y furioso. Se le encendieron los ojos al verla.


—Hola, preciosa. ¿Quieres casarte conmigo?


—Sí.


—Gracias a Dios. A mí me han abandonado en el altar. ¿Por qué desperdiciar una ceremonia perfecta?


—Lo siento —rió ella. Le acarició la mandíbula.


—Dios, estás hermosa —se le suavizó la expresión al verla. La besó.


—¡Pedro! —exclamó Alejandra horrorizada—. ¡No puedes besar a la novia hasta que no te digan que puedes hacerlo! 


—Es demasiado tarde. Y ahora me ponen al corriente de la situación del bajo.


—Sólo quedan cuatro metros y medio —indicó Alejandra—. Luego tendremos que encontrar algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul, y todo estará listo.


—Correcto —confirmó Pedro. Inspeccionó la sala con la vista y vio el maletín de Paula. Los alfileres azules que llevaba en él representaban a Alfonso. Lo abrió y sacó dos cajas—. Son mías —dijo—. Y están sin usar —alzó una caja—. Ésta es una caja vieja. Ahora se las presto a Paula.


Se arrodilló junto a Alejandra y comenzó a darle la vuelta al bajo y a pasar alfileres a través de la seda con dedos impacientes, uno cada quince centímetros.


—Pero, Pedro —comenzó Alejandra. Había una angustia sincera en su voz—. Quiero que sea perfecto para Paula. ¿Cómo puede caminar por el pasillo con alfileres en su vestido?


—Alejandra —él alzó la vista—, ten piedad. Cuando no apareció pensé que había dado marcha atrás, que me había abandonado para que expiara todas las veces que abandoné a otras mujeres sin siquiera pensar en ellas.


—Pedro —protestó Alejandra—. Paula jamás haría algo así.


—Claro que sí —la miró con ojos burlones—. Es lo que me encanta de ella. Pero aún me gustaría cerciorarme de que es mía antes de que se lo piense mejor.


—Bueno... —cedió Alejandra de poca gana.


Paula se agachó entre pliegues de seda marfil. Apoyó una mano en el hombro de él y lo miró con una sonrisa.


—Nunca me lo pensaré mejor —lo tranquilizó—. Pero somos tan afortunados. Tenemos algo que nadie nos puede arrebatar. Lamento haberte hecho esperar, pero ahora que estás aquí... —no acabó la frase, pero él vio la súplica en sus ojos.


—Ahora que estoy aquí no me importa lo que tarde —rió y dejó a un lado las cajas de alfileres—. Bueno, ¿Qué les parece esto? Primero la recepción, y luego la ceremonia. Llamaré a Santiago y le pediré que lo prepare todo. Me quedaré aquí a hacerte compañía —Paula señaló que entonces ninguno estaría en la recepción—. Es verdad —reconoció él—. Bueno, pues no la llamaremos recepción, sino refrescos prematrimoniales. Santiago puede arreglar otra recepción para después de la ceremonia. Además, ¿Para qué están los padrinos? Lo mantendrá ocupado —sacó su teléfono móvil y llamó a Santiago—. Bien, todo solucionado —indicó tras colgar.


—Eres tan arrogante —dijo Paula—. Todo esto es porque tú no podías esperar. Si tenías el teléfono móvil, ¿Por qué no llamaste a la casa?


—Quería verte —rió Pedro con fingida protesta—. Temía que hubieras recuperado la cordura. En ese caso, tendría que haberte vuelto loca otra vez a besos. Será mejor que te bese de nuevo para estar seguro — la besó hasta que ella tuvo que pedirle que parara.


Alejandra señaló con severidad que ya tendrían tiempo de sobra para eso, y continuó cosiendo. 



Se casaron cinco horas más tarde. Nadie hizo ningún comentario sobre el bajo del vestido de la novia, pero todo el mundo coincidió en que se la veía radiante. El novio apenas podía quitarle los ojos de encima.






FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario