miércoles, 3 de mayo de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 47

Pedro se reclinó en el sillón y frunció el ceño. Llevaban trabajando dos días sin parar. La última versión de la presentación se hallaba sobre su escritorio; en el otro extremo de la mesa la ex Secretaria Perfecta explicaba por qué nadie salvo un idiota habría realizado seis de las diez críticas que había hecho él. Estimó que acertaba en tres de ellas. Por otro lado, no habría cometido esos deslices si hubiera estado trabajando... Digamos que con Santiago Carlin. Es decir, no lo habría hecho si hubiera salido con Juliana el miércoles según había planeado en un principio, despedido a Santiago Carlin al día siguiente cuando salió a la luz todo el lío, y luego se hubiera ocupado él mismo de todo el asunto. Porque el hecho es que nadie salvo un completo idiota habría podido imaginar que sería capaz de mantener la mente en el trabajo cuando dos noches antes sólo le faltó acostarse con Paula. En teoría, había conseguido dar con otro talento. Paula tenía una mente superior a Santiago Carlin, y resultaba un placer ver que la aplicaba a algo de su altura. Pero también era mucho más atractiva que Santiago. Cuanto más seria y profesional era su ropa, más recordaba que dos días atrás la había desnudado.


—Sabes que tengo razón —dijo Paula, rodeando el escritorio. Se sentó en el borde y hojeó la presentación—. No puedes quitar esto sin modificar el núcleo y hacer que suene demasiado técnico.


—Puede que tengas razón —repuso con sequedad. Se levantó de pronto y comenzó a andar por el despacho con las manos en los bolsillos.


—Claro que tengo razón —se bajó del escritorio—. Además, si miras el gráfico que quisiste incorporar...


—Te he entendido —se apresuró a cortar él—. Mira, ¿Por qué no sigues adelante con las secciones de tu departamento? Yo tengo que analizar unos programas bastante complicados. Será mejor que me ponga manos a la obra.


Durante un instante Paula dió la impresión de que iba a continuar el debate. Pero se encogió de hombros y salió de la estancia. Era lo que él había querido, pero en cuanto se marchó deseó llamarla.  Maldita sea... Había oído hablar a otros hombres de ese tipo de cosas; salir con alguna mujer a la que no podían quitarse de la cabeza, por lo que siempre había experimentado un frío sentido de superioridad. Las mujeres de su vida ocupaban el segundo lugar respecto al trabajo, y ellas lo sabían; si no, no continuaban mucho tiempo en ella. La mayoría de las veces no les importaba; en ocasiones alguna montaba una escena y se marchaba a buscar a otro, y él seguía adelante. Paula no daba la impresión de que fuera a desaparecer, aunque tenía la desagradable impresión de que si así fuera no le gustaría. Si tan sólo se hubiera acostado con ella cuando tuvo la oportunidad. Bueno, no era demasiado tarde. Acabarían con la presentación, la invitaría a cenar e irían a su casa... Entonces él podría continuar con su vida. Animado con ese sencillo plan, se acercó al ordenador, se sentó y comenzó a dedicar el ciento diez por ciento de su atención a la programación. «Como una máquina de escribir», pensó, recordando el lema de Paula. Como una máquina de escribir. ¿Por qué una mujer no podía parecerse más a un hombre? ¿Por qué un ordenador no puede parecerse más a una máquina de escribir? 

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