lunes, 1 de mayo de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 43

Continuó andando sin hablarle. Y en algún momento de la media hora de trayecto entre la escuela y la casa, Pedro cambió. Entró en una tienda y compró unos alimentos para atletas. Se los llevó a su cuarto y durante dos semanas la familia no lo vio. De algún modo logró abarcar dos años de trabajo en dos semanas. Regresó a la escuela para dar el examen y sacó un sobresaliente. Luego dejó la escuela, se despidió de los padres de Paula y se marchó a Londres. Por lo que ella había podido averiguar, aplicó esa misma implacabilidad obsesiva a su vida. Estableció su propia empresa. En el primer año ganó 100.000 libras, en el segundo un cuarto de millón. Al cumplir los veinticinco años su fortuna ascendía a 5.000.000 millones de libras esterlinas.  De vez en cuando iba a visitar a sus padres, pero jamás mencionó el motivo por el que se había marchado. De hecho, nunca volvió a hablar de verdad con Paula, salvo como parte de una conversación general. Se hizo más y más rico, y se dedicó a cambiar de amigas cada semana, y jamás la perdonó.  En ese momento miró con gesto lúgubre los cinco postres. No podía comérselos. En cuanto subiera, Pedro le lanzaría su mirada fría, le diría que se ocupara de sus asuntos y que lo dejara en paz. Al final se levantó. Mejor acabar cuanto antes. Se dirigió al ascensor arrastrando los pies. Aproximadamente una hora después de haber abandonado el despacho de Pedro, volvió a entrar. Él iba de un lado a otro con impaciencia.


—¿Dónde diablos has estado? —espetó—. Hace cuarenta y cinco minutos recibí un correo electrónico delirante de Carlin. Te dije que volvieras aquí. 


—Lo siento —se detuvo en la puerta y se agarró los codos para evitar temblar—. Lamento haber arruinado tu vida, Pedro. Lamento lo del examen. Jamás quise que terminara de esa manera. Estabas saliendo con Brenda Lewis y pensé que de ese modo te impresionaría.


—¿De qué demonios estás hablando? —se detuvo en seco.


—Sé que jamás terminarás por perdonarme. Sé que fue terrible lo que hice. No pensé. 


—Fue una cosa terrible —la miró con expresión extraña—, pero no arruinó mi vida. Me sentía tan aburrido en la escuela... Era tan endemoniadamente perezoso para hacer algo que no fuera necesario, y todo lo que nos planteaban era demasiado fácil. Podría haber continuado de esa manera durante años. De acuerdo, esas dos semanas fueron una prueba dura, pero al menos me hicieron ver qué podía acometer cuando dedicaba mi mente a ello... Al menos lograron que comprendiera que estaba perdiendo mi tiempo —sonrió—. Me dí cuenta de que si en dos semanas podía hacer algo para lo cual los demás requerían dos años, en alguna parte habría un provecho económico, y no me equivoqué. Entendí que si trabajaba con el suficiente ahínco no había nada que no pudiera realizar... Algo muy impactante cuando tienes dieciocho años. 

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