miércoles, 24 de mayo de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 15

 –Bueno… Te arrodillaste delante de mí y me dijiste que, para tí, no había otra mujer en el mundo, que me querías más que a tu propia vida. Entonces, sacaste una caja con una sortija y me pediste que me casara contigo.


Pedro no se imaginaba a sí mismo decir algo así a nadie.


–Tenías los ojos llenos de lágrimas –añadió ella–. Muchas lágrimas. De hecho, estabas llorando. Los dos lloramos porque estábamos muy felices y…


–¡Por favor, Paula! Ni siquiera me acuerdo de cuándo fue la última vez que lloré.


–Sé que a los hombres les cuesta expresar sus sentimientos, pero… ¿no lloraste cuando murió Victoria?


–No.


–Oh.


Pedro se había sentido tan culpable que no le había sido posible sentir nada más. Le resultó imposible creer que la mujer con la que había estado dos horas antes había fallecido. Después de que le llamaran los padres de ella, el había guardado la copa en la que Victoria había bebido, con la marca del carmín de labios de ella en el borde. Había ayudado a organizar el funeral y, por ayudar a sus padres, se había encargado de dar la noticia a sus conocidos y amigos. Lo había hecho automáticamente. Había dicholo que tenía que decir y había hecho lo que tenía que hacer sintiéndose como si una barrera de cristal se hubiera interpuesto entre el resto del mundo y él. Y seguía así.


–Su familia ya lo estaba pasando suficientemente mal como para que yo les hiciera sufrir más.


Sintió la interrogante mirada de Paula.


–¿Y cuando estabas solo? ¿No llorabas?


–No todo el mundo llora cuando sufre. Hay otras formas de expresar la tristeza.


–Pero llorar ayuda mucho –dijo Paula–. No deberías avergonzarte de llorar por ser un hombre. Eso es una ridiculez. Todo el mundo debería poder llorar al margen de si es hombre o mujer.


A la entrada del lujoso hotel, Pedro se colocó a la cola para que uno de los del estacionamiento se llevara el suyo.


–Bueno, Cenicienta, ¿Alguna cosa más que deba saber antes de presentarnos en la fiesta?


–Bueno, una cosa más –dijo ella enrojeciendo.


–Adelante.


Paula se humedeció los labios con la punta de la lengua.


–No dejas de decirme, en público, que me querrás siempre.


Pedro no se acordaba de cuándo había sido la última vez que había dicho a su madre y a su hermana que las quería. No era un hombre de muchas palabras. Actuaba en vez de hablar. Su padre era lo opuesto a él, muchas palabras y promesas que no cumplía nunca.


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