miércoles, 29 de septiembre de 2021

La Heredera: Capítulo 25

 —Estoy casi segura que esta vez va en serio —añadió Ivana—. Es terrible.


Paula se sentó en la alfombra junto a ella y la rodeó con sus brazos. Ivana soltó el aire de una vez, y empezó a llorar. Se acurrucó y se hizo un ovillo sobre sí misma.


—Ya estoy mejor. Menos mal que te tengo a tí, Paula. Eres la única con la que puedo desahogarme a gusto.


Paula estiró las piernas y encendió la estufa eléctrica que había heredado al comprar el apartamento. Ivana acercó las manos al calor de la estufa, agradecida. 


—Cualquier otro me hubiera sermoneado al instante.


—La verdad es que no sé que hacer —dijo Paula—. El amor no es un tema que domine. De hecho, me sorprende que no sepas qué hacer. Siempre he admirado la manera en que controlas tu vida sentimental.


Ivana parpadeó y esbozó una tímida sonrisa.


—No trates de ser discreta, Paula. Siempre has pensado que soy una coqueta.


—Eso es algo que tiene mucho mérito —recordó Paula—. Durante la cena en casa de Diana, todo el mundo estaba de acuerdo en eso. Pedro Alfonso dijo que se necesitaba un toque mediterráneo para el arte de la seducción y que los ingleses carecíamos de él. Estuve tentada de ponerte como ejemplo de su error.


La expresión de Ivana se oscureció de pronto. Se instaló entre ellas un incómodo silencio.


—Te olvidas de todo eso cuando estás enamorada —murmuró.


—¿En serio? Tendré que creerte —señaló Paula, que sentía pena por Ivana—. ¿Y cómo estás tan segura de que este es el definitivo?


—No me hace caso —dijo Ivana, que se secó las lágrimas con el dorso de la mano.


—¿Y?


—Me he dado cuenta de que no me hace caso.


Paula no terminaba de entender todo aquello.


—Yo creía que la gente se fijaba en tí, igual que Pedro Alfonso durante la fiesta.


—¡Oh, Paula! No comprendes nada —estalló Ivana, mientras se ponía de pie de un salto.


—Bien, explícamelo.


Ivana empezó a caminar por la habitación.


—Sí que se fija en mí. Pero solo si llevo algo extravagante o si hago alguna locura. Puedo hacer que me mire si me empeño. Pero no logro fijar su atención. Se ríe y luego se vuelve en busca de algo que lo interese realmente.


—¿Estás segura?


—Desde luego —su voz sonaba triste—. Cree que soy una chica alegre, de pocas luces y sin corazón. No tiene la menor intención de perder el tiempo conmigo.


—Estoy segura de que puedes demostrarle que se equivoca.


—Eso pensaba. Nunca me había resultado difícil, pero esta vez... No lo sé. No puedo hacerlo. Y todo lo que intento me sale mal.


—¿Qué has intentado?


—Todo.


Ivana recorrió las estanterías, sacando libros al azar y devolviéndolos a su sitio sin ni siquiera abrirlos. Y colocándolos en desorden.


—Lo he llamado por teléfono y he dejado de hacerlo. He salido con otro hombre delante de sus narices. He aparecido de improviso en su puerta con una botella de champán.


—¿En serio?


Ivana se detuvo un momento y miró en torno.

 

—No es extraño —dijo—. Estamos en un nuevo siglo. ¿Por qué tiene que ser siempre el hombre quien corteje a la mujer? Si quieres algo, tienes que ir a buscarlo.


Paula recordó que esa clase de actitud era lo que siempre había apreciado más en Ivana. Si bien todo aquello la dejaba más bien fría, tenía que conceder el beneficio de la duda a su hermanastra.


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