miércoles, 1 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 38

Pedro habría deseado no haber sacado el tema. El que ella estuviera prometida, que hubiera debido ser la situación perfecta, así que lo que menos deseaba en aquel momento era dar respuesta a aquellas preguntas.


—Ella es mi abogada, Dani —dijo él como si de ese modo respondiera a todas las preguntas.


Daniel retiró la manta y se levantó para marcharse.


—¿Y qué tiene que ver? Yo me casé con la recepcionista de mi dentista. ¿Qué cambia eso? —se detuvo un instante—. ¿Te quedas a cenar?


—No. Tengo una cena de negocios con Paula.


Daniel arqueó las cejas, pero no dijo nada.


—Ve dentro, Dani. Yo no tardaré.


Daniel no esperó a que se lo dijera dos veces. Pedro continuó nadando casi con ferocidad, deseando que el agua helada consiguiera ahogar la dolorosa imagen de Paula en los brazos de otro hombre.



Eran más de las siete cuando Pedro llegó a la oficina de Paula. Karen se había marchado, pero la luz del despacho aún estaba encendida así que, recostado sobre el dintel de la puerta abierta, llamó sobre la pared con los nudillos. Cuando ella lo miró su cara estaba vacía de expresión alguna. Pero estaba cansada, muy cansada. El no había pasado una buena tarde y deseaba que ella no lo hubiera pasado mucho mejor. Ahora podía verlo en su rostro.


—Cuando dijiste cena —dijo él—, supuse que te referías a nosotros dos, un restaurante íntimo, velas, ostras y más vino de la cuenta.


Ella lo miró y adivinó la desconfianza que sentía. Tal vez fuera lo mejor. Tal vez aquello era lo que necesitaban para volver a la dinámica del principio en que ella lo odiaba y él disfrutaba de ello. Y él lo habría dejado en aquel punto, decidido a controlar sus hormonas, si ella no hubiera tragado saliva y dicho, con el más dulce de los susurros:


—Mejor no, ¿De acuerdo?


Él levantó las manos derrotado, con una sonrisa traviesa cubriendo las mil elucubraciones que estaba haciendo su cerebro.


—No puedes culparme por intentarlo.


Paula asintió y esbozó una sonrisa culpable. ¿Velas? ¿Ostras? ¿Sola con Pedro? Tan pronto como las palabras salieron de su boca, la imagen tomó cuerpo en su mente: Imaginó a Pedro con una ostra en la mano, inclinándose hacia ella para ponérsela en su boca entreabierta. Se sacudió la imagen de encima, consciente de que la estaba mirando. Tomó su abrigo y el bolso que la esperaba sobre el pomo de la puerta. Al llegar a su lado le dijo con la mejor sonrisa que encontró:


—Si hubieras tenido algo de música de Dean Martín en el coche, tal vez habrías conseguido algo.

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