lunes, 20 de septiembre de 2021

La Heredera: Capítulo 5

 —Olvídelo, señor Alfonso —dijo con tono neutro—. No ha tenido suerte. Además de no salir con hombres, tampoco disfruto con este tipo de juegos. Si me disculpa, tengo que hablar con mi madrastra.


Paula todavía echaba chispas cuando alcanzó a Diana. Su madrastra la besó en la mejilla. Los ojos, abiertos de para en par, rebosaban inocencia.


—Es un placer verte, querida. He visto que tu padre te buscaba. ¿Qué tal te ha ido con el encantador Pedro?


—Supongo que es el candidato de esta noche —ironizó Paula.


Diana jugueteó con el collar de oro entre sus dedos, pero no respondió.


—Tu padre me lo pidió. Creo que trabajan juntos.


—Y apuesto a que se sentará a mi lado durante la cena.


Su madrastra no lo desmintió. Un nuevo pensamiento desagradable acudió a su mente, surgido de experiencias previas.


—¿Y es posible que mi departamento quede de camino a su casa?


Diana tampoco negó esa posibilidad. Parecía preocupada.


—Querida...


Paula apenas podía contener la rabia. La presencia de Pedro Alfonso la había conmocionado más que ninguna otra de las citas a ciegas a las que se había visto sometida. No sabía por qué, pero odiaba esa situación.


—Así que él se ofrecerá a llevarme y se supone que yo debo aceptar y estar agradecida. Y tendré que salir con él la próxima vez que me llame — Paula estaba temblando—. Dime, Diana, ¿Ya le has dado mi número de teléfono?


A pesar de un elegante vestido de noche y de un conjunto de joyas valorado en varios millones, Diana parecía una chiquilla de cuatro años descubierta en flagrante delito.


—No. Pero querida...


—Diana, te quiero mucho. Pero, ¿Podrías dejar de entrometerte en mi vida?


Parecía muy agitada. Paula nunca había reaccionado con tanta vehemencia. Era cierto que no había salido con todos esos hombres más de una vez. Pero al menos, había mostrado un talante más resignado. Diana nunca había visto a su hijastra, siempre tan comedida, reaccionar con tanta pasión. Al menos cuando se trataba de los hombres.


—Pero tu padre deseaba invitar a todos esos empresarios. Así que pensé, ¿Por qué no? —dijo Diana, con sus grandes ojos azules muy abiertos—. Si quieres empezar una carrera en solitario, necesitarás hacer algunos contactos que puedan ayudarte a despegar.


Paula la miró fijamente. Ese argumento estaba tan cercano a lo que ella misma había dicho poco antes, que pensó que Diana había estado espiándola. Le había salido el tiro por la culata. Sus labios se crisparon sin querer. Levantó las manos en señal de rendición.


—Está bien. He venido a hacer contactos. Dejémoslo así —sentenció con severidad—. Y pienso volver sola a casa.


—De acuerdo —aceptó Diana aliviada—. Supongo que has venido directamente desde la oficina.


—¿Cómo lo has adivinado? —bromeó Paula, bebió un poco de champán.


—Siempre estás tensa cuando estás cansada.


Esa era una verdad absoluta. No podía negarlo.


—Ojalá no te pusieras las cosas tan difíciles, cariño —dijo Diana con ternura—. ¿No podrías intentar relajarte y pasarlo bien por una vez?


—Me repites eso mismo desde que cumplí catorce años.


—Pues ya va siendo hora de que te concedas una oportunidad.


Paula abrió la boca dispuesta a replicar, pero Diana se adelantó.


—Deberías subir a mi habitación y refrescarte un poco —dijo con mimo—. Eso hará que te sientas mejor. Ponte unos pendientes o lo que sea. Y luego baja y procura ser amable con la gente.


Una carcajada sobrevoló el salón. Provenía del grupo que charlaba junto a la chimenea, entre los que se encontraba su padre. Diana puso su mano sobre la mano de Paula. Su expresión era seria.


—No lo estropees, Paula. Hace mucho que tu padre no se divierte. 


Paula, desde su metro setenta, miró a los ojos de su madrastra. Siempre le había agradecido casarse con Miguel Chaves y haberla acogido a ella. Eran completamente diferentes, pero Diana nunca había escatimado el cariño hacia ella en favor de Ivana, su propia hija. No solo eso, sino que había conseguido hacer reír a su padre de nuevo. Bajo su influencia, Miguel había regresado a casa por las noches, después del trabajo. Incluso había empezado a prestar atención a su hija y había descubierto, con asombro, que era interesante. Había comprendido que era algo más que una adolescente huraña y enfermizamente tímida. Y había empezado a quererla. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario