viernes, 10 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 52

Ambas corrieron al primer coche que llegó para evitar mojarse lo menos posible con el chaparrón que empezó a caer. En el coche, mientras se secaba las gotas de la cara, vió cómo Pedro y Juana entraban en otro coche juntos, demasiado juntos debajo del paraguas. Juana lo agarraba del brazo y él llevaba las bolsas de los dos. Era demasiado tarde. Ahora pasarían juntos casi una hora en el asiento trasero de una limusina. Juana debía entrar en su lista de no negociables, así que todos debían estar contentos. Antonio había vuelto, tenía dos días para aclarar sus pensamientos y pasaría esos dos días en compañía del hombre que le había dado la vuelta a sus ideas más claras. El viaje estaba fuera de sus planes que por una vez se veía en manos del destino y no en las suyas propias. Y aquello la asustaba. Una hora después estaban en el complejo de golf y, naturalmente, ella sería la pareja de Pedro en la partida previa. Ella sabía que debía recordar la máxima de Gerardo, «Atar corto», aquel fin de semana, pero al ver a Pedro con pantalones de tweed, polo beige y zapatos color caramelo, supo que le iba a resultar complicado. Parecía la definición de un deportista. Paula se preguntó el motivo de su renuncia al golf profesional. El vuelo no la  había ayudado a relajarse, pues parecía aún más tensa caminando hacia el campo con sus zapatos de golf azules. Pedro no tenía ni idea de dónde podía haber comprado unos zapatos de golf de ese color, pero aquella mujer era sorprendente. También sabía que, por muy nerviosa que estuviera entre los peces gordos, no tenía intención de dejar que nadie se diera cuenta de ello. Una vez que comenzó el juego, Paula se centró en él: Se ató el pelo en una coleta y se lo recogió bajo la gorra rosa. Sacó un guante de cuero, tomó un palo, movió el trasero y le dió un buen golpe a la bola.


—¡Buen tiro! —dijo él, haciendo visera con la mano para seguir la trayectoria de la pelota.


Al mirarlo, él vió que su alegría se reflejaba en sus ojos.


—¿Qué esperabas?


—Justo eso. Tu padre me dijo que eras buena, y tenía razón a no ser que todo haya sido cuestión de suerte.


Ella lo miró con los ojos entrecerrados mientras se preparaba para golpear, mientras se concentraba y se olvidaba de todo lo que no fuera el olor de la hierba recién cortada, la pelota y... La imagen de Paula inclinada sobre su palo, mirándolo con intensidad. Movió la cabeza para olvidarse de eso y recordó el contacto con el cuerpo de ella cuando él pretendía enseñarla a tomar el palo de una escoba con más firmeza. Se aclaró la garganta y se incorporó.


—¿Qué pasa? ¿Te asusta perder ante una chica? —dijo ella, encantada.


Él no pudo evitar una carcajada. Deseó decirle que era ella la que no le dejaba concentrarse, pero aún tenían un par de días para aclarar ciertas cosas. Dos días y una noche... Él volvió a colocar la pelota y esperó que su instinto natural lo ayudara. Por fin golpeó la pelota y ésta superó en unos treinta metros la de Paula. Él sonrió.

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