miércoles, 22 de septiembre de 2021

La Heredera: Capítulo 6

 Paula siguió mirando a Diana con cariño. Sabía que no tenía salida.


—Sí —admitió —, tienes razón. Me arreglaré y procuraré esforzarme. Pero nada de juntarme con tu ejército de candidatos.


Diana soltó una carcajada y le soltó el brazo.


—No olvides tu copa.


Una vez sentada frente al espejo del tocador de su madrastra, Paula comprendió que Diana había vuelto a jugársela. «Es más lista que yo» se dijo, mirando su reflejo. Siempre que discutía con su madrastra sobre estos temas, terminaba recriminándose su falta de memoria. ¿Cuándo aprendería? Esa noche acabaría en los brazos del caballero elegido. Sin embargo, a pesar de las apariencias, Pedro Alfonso no cuadraba con el modelo. Después de su primer encuentro, no sabía qué pensar. Claro que no tenía por qué ser culpa suya. Puede que él ni siquiera estuviera al tanto de las artimañas de su madrastra. Conocía muy bien a Diana. Puede que no hubiera explicado nada a Pedro, salvo que quedaba un sitio libre en la mesa y que necesitaba a alguien para hacer compañía a su inteligente hijastra. Eso mismo les había dicho al escultor, al novelista y al aspirante a diputado. Los candidatos solían ser hombres con un futuro prometedor y una alarmante escasez de capital. Esa era la razón principal por la que aceptaban salir con la hija de Miguel Chaves, a pesar de su carácter difícil y hosco. Se preguntaba cómo se ganaría la vida Pedro Alfonso. Y si había logrado hacerlo cambiar de opinión acerca de salir con la poco atractiva hija del millonario. Se miró en el espejo. Fruncía el ceño y estaba horrible. Se inclinó hacia delante y suavizó el gesto. Disponía de un verdadero arsenal para mejorar su aspecto. No era la primera vez que acudía a una fiesta con su traje azul marino. Tomó prestado un pañuelo de seda transparente, pintado a mano, que reflejaba los colores del impresionismo al moverse. Eligió unos pendientes color turquesa traídos por Diana desde Marruecos. No tenía tiempo para maquillarse, y tampoco se le daba bien. Se limitó a peinarse hacia delante para ocultar la cicatriz, se secó los mechones húmedos que caían sobre el cuello y se dio un poco de color en los labios. Se estiró la chaqueta y regresó al campo de batalla. Afortunadamente, su primer encuentro resultó amistoso. Ivana, que contaba con unos espléndidos veintitrés años y que derrochaba tanto encanto como su madre, era una de sus mejores amigas.


—¡Paula! —gritó, mientras iba a su encuentro.


Todo el mundo miró en su dirección, incluido Pedro Alfonso. Parecía interesado, pero ese interés siempre solía dirigirse hacia Ivana Chaves desde el momento en que entraba en escena. Esa noche estaba especialmente radiante. Llevaba un vestido ajustado que producía mareos entre los hombres y que dejaba al descubierto sus preciosas piernas. Ivana abrazó a Paula efusivamente.


—Hola, cerebro.


Paula besó a su hermana sin tanto entusiasmo.


—Hola, bicho. ¿Qué tal te trata la vida?


—Genial. ¿Qué estás...?


Diana interrumpió a su hija.


—Hablaremos de nuestras cosas más adelante. Hay alguien a quien quiero que Paula conozca.


—¿Otro candidato? —preguntó Paula escéptica.


Ivana exhibió una amplia sonrisa. Conocía tan bien como Paula las tramas que urdía su madre. Solo que ella sabía cómo atajar los intentos de su madre para emparejarla.


—¡Dale un respiro, madre! —dijo—. Trabaja mucho. Y ha tenido un día duro.


Por un momento, Diana pareció disgustada.


—Creía que ibas a hablar con la cocinera —apostilló.


—Lo hice —replicó Ivana, impertérrita—. Te avisarán en cuanto la cena esté lista.


Diana se rindió. Seguían llegando invitados y era consciente de que no podría separarlas hasta que se hubieran revelado las últimas novedades.


—Ya hablaremos más tarde —dijo, y añadió mirando a Paula—: Estás preciosa, querida. 

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