lunes, 6 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 43

 —Siempre ha sido una chica ambiciosa —continuó Alejandra—. No se unía a un equipo si no era la capitana y no salía con nadie que no fuera capitán como ella.


—Ah —dijo Miguel—. Te refieres a David.


—Era realmente encantador. Adorable. Podía beber hasta batir a Miguel.


Paula intentaba sonreír.


—¿Qué le ocurrió? —preguntó Miguel.


—Vive en París, querido. Ya sabes que dejó la universidad tras el tercer año.


—¿Por qué? —preguntó él de nuevo.


Pedro podía notar el nerviosismo de Paula, pero no sabía cómo protegerla del daño que sin querer le estaban provocando sus padres.


—Porque se fue con una bailarina que encontró trabajo en el Moulin Rouge —añadió Paula.


—La hija de los Jennings —indicó su madre—. Una pena. Era encantador. ¿Has salido alguna vez con una bailarina, Pedro?


—Aún no —dijo él.


—Bien hecho. Son caprichosas y no se puede confiar en ellas. ¿Y con una abogada?


—¡Madre!


—De acuerdo, de acuerdo. ¿Y cómo era tu madre? Por lo que sé de tí, eres veterano en los asuntos del corazón... ¿Te crees esa teoría freudiana de que los chicos buscan chicas que se parezcan a sus madres?


Pedro tomó un plato y lo secó muy lentamente.


—No puedo saberlo, Alejandra. Mis padres murieron en un accidente aéreo cuando mi hermana era un bebé y yo sólo tenía dos años.


Se sintió el centro de atención de Paula, pero tenía que apartar la conversación de sus padres de la vida amorosa de ella y ése era el único modo de hacerlo.


—Oh, Pedro —dijo Alejandra—. Cuánto lo siento. ¿Te adoptaron?


—No exactamente. Pasé mis primeros años de vida entre varias familias de acogida y orfanatos —Pedro se detuvo un segundo, luchando con los amargos recuerdos de unos años de extrema soledad que amenazaban con estrangular su voz.


Se dió cuenta de que sus manos estaban vacías porque Paula había dejado de fregar. Estaba mirándolo con un plato mojado entre las manos. Alargó las manos para tomarlo de las de ella, y aquel sencillo movimiento resultó ser su gran error. Sus miradas se encontraron: Ella lo miraba con un interés ausente de disimulo, sus enormes ojos valorando cada frase para añadirla a su expediente de «Ayuda para Pedro» Pero aquello iba más allá. En sus ojos no había tristeza, culpa o simpatía, sentimientos con los que siempre había temido luchar cuando hablaba de su pasado, sino simplemente comprensión. Entonces comprendió que no estaba diciendo todo aquello para los padres de Paula, sino para la propia Paula, que sólo habría deseado ayudarlo. Él la sonrió para que supiera que todo iba bien, y continuó.


—Cuando tenía unos diez años tuve la suerte de que los Alfonso, una familia de acogida, me llevara a su casa en la costa, cerca de la Bahía de Byron. Desde entonces estuve en una casa con entre ocho y veinte niños a la vez.


—¡Oh! —exclamó Alejandra.

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