lunes, 13 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 58

Paula le tomó las manos y las sujetó firmemente con las suyas. Él continuó.


—Cuando desperté estaba en el hospital cubierto de vendas, y Verónica estaba a mi lado. Tenía que haber sido al revés.


—¿Sufrió un aborto?


Él asintió con la cabeza.


—¿Y así fue como te lesionaste?


—Sobreviví —dijo él, encogiéndose de hombros.


—Pero no pudiste volver a jugar al golf.


—No sin correr el riesgo de dañar mi espalda aún más.


Las manos de Paula subieron hasta sus hombros.


—Y te hemos hecho jugar hoy... ¿Estás bien? ¿Te duele?


Le acarició con dulzura la nuca, y él no pudo evitar estirarse un poco más para que sus manos bajaran entre sus omoplatos. Ella lo entendió y masajeó el centro de un pequeño dolor constante, enviando pequeñas oleadas de placer y calor por todo su cuerpo.


—Estoy bien, puedo jugar mientras no abuse de ello —dijo él después de aclararse la garganta.


—No sabía nada.


—Me alegro de que haya una parte de mi vida que los periódicos no conozcan.


Parecía que habían pasado siglos desde que se vieron por primera vez, y ahora ella estaba allí, en la casa a la que sólo llevaba a la gente a la que quería de verdad. Ella seguía masajeando su cuello y parecía que quisiese absorber con sus manos todo el dolor que había sufrido. Él tuvo la sensación de que podía hacerlo. Ella era tan abierta, tan sincera... Si pudiera hacerla sincerarse con sus propios sentimientos... Llevaba mucho tiempo reprimiendo el fuego que tenía dentro. Él se levantó del sillón. Si seguía mucho tiempo a su lado, con sus caricias en aquella sala llena de recuerdos, tal vez no fuera capaz de detener lo que pudiera pasar. Y dudaría si ella seguiría respetándolo por la mañana, y su respeto era lo más importante para él.


—Es tarde —dijo él, pero ella no se movió, tan sólo lo miró con los enormes ojos llenos de compasión—. Ha sido un día duro y nos vendría bien dormir un poco.


—Claro —dijo ella asintiendo.


Se levantó del sofá y se inclinó hacia él para besarlo en la mejilla.


—Buenas noches, Pedro —susurró contra su mejilla.


Él le tomó la cara entre las palmas de las manos y la puso frente a él. Sus ojos revelaban sorpresa, pero sólo fue un segundo. Un gemido escapó de los labios de ella antes de que él los cubriera con los suyos. 


Después de tomar una ducha, Pedro buscó a Paula por toda la casa sin éxito. Agarró un abrigo y salió por la puerta de atrás, caminando sobre el deteriorado camino de maderas entre dunas cubiertas de hierba hasta que llegó a una playa blanca. Allí estaba ella, cubierta con una manta de lana, descalza y con los pantalones enrollados hasta las rodillas. El aire del Pacífico enredaba su pelo recogido en una coleta baja. No la había visto desde la noche anterior, desde el beso más sorprendente de toda su vida que había hablado más de lo que ellos estaban dispuestos a admitir. Aquel beso había acabado demasiado pronto, porque Paula se había apartado y había corrido a su habitación, cerrando la puerta tras de sí.

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