viernes, 24 de septiembre de 2021

La Heredera: Capítulo 11

 —¿Las citas la aburren?


—No me gustan las competiciones —explicó Paula.


—¿Qué? —preguntó Pedro con incredulidad—. Ha debido salir con gente muy rara.


Paula se estremeció. «Está insinuando que soy tan excéntrica que ningún hombre normal saldría conmigo», pensó. Eso le dolió. Claro que la razón era que ella misma temía que fuera verdad. Pero estaba acostumbrada a ocultar sus sentimientos en público.


—No lo crea. Eran tipos bastante convencionales.


—Los compadezco —dijo Pedro.


Paula sintió la ira en su interior. Rechazó el dolor que sentía y se acusó por haber sacado a la luz el tema frente al hombre más atractivo de la velada. La mujer de su izquierda preguntó algo y él se inclinó sin apartar los ojos de Paula. Se dibujó una tímida sonrisa en la comisura de su boca, pero no era agradable.


—Dudo que la señorita Chaves esté de acuerdo con usted. Acaba de confesarme que no acepta invitaciones. Y no creo que le guste flirtear.


Pedro se recostó sobre su silla para permitir que las dos mujeres pudieran hablar. Paula pensó que él no había sido justo. Se suponía que su enfrentamiento era privado. Y él lo sabía. Pero se dispuso a un nuevo combate.


—¿Flirtear? ¿Yo? —repitió, como el eco—. ¿Por qué no?


—Bueno, me acaba de pedir que no siguiera por ese camino —recordó Pedro.


La mirada de Paula echaba chispas. Pero antes de que pudiera contraatacar, Pedro se había dirigido a un amplio círculo de comensales, que atendían su discurso.


—Y estoy seguro de que tiene razón —prosiguió—. Flirtear requiere una cierta elegancia mediterránea de la que los ingleses carecen. Sin entrar a valorar el carácter personal de cada uno. 


«Se está burlando de mí. Y quiere que todos participen», se dijo Paula. Estaba tan furiosa que no podía pensar en otra cosa. La otra mujer desaprobó la actitud de Pedro. Ella la conocía. Era un pez gordo de los medios de comunicación.


—Le decía a Pedro que la seducción es un arma que ha caído en desgracia.


—Pero yo le he dicho a Aldana que usted no estaría de acuerdo —añadió Pedro con los ojos fijos en ella.


—¿Por qué? —preguntó Paula con sorpresa—. Yo también lo creo. No he visto ninguna señal que me indicara lo contrario esta noche, ¿Y usted?


Aldana se quedó boquiabierta. Pedro Alfonso la ignoró, se sentó muy erguido y dejó de sonreír.


—Tampoco he advertido que usted lo lamentara —dijo con crispación.


Paula estaba muy indignada, pero se sentía muy bien.


—No puede esperar seducir a una chica si la interroga como si se tratara de una entrevista de trabajo.


Aldana ahogó una carcajada cómplice.


—Esa ha sido buena, Pedro —señaló. 

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