viernes, 17 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 71

 —Pedro, acabas de divorciarte y yo acabo de rechazar una propuesta de matrimonio. Así que, aparte de que el momento es terrible...


—¿Y eso por qué? Sin esta mezcla de errores y malentendidos no hubiéramos sabido en qué punto estamos realmente. En otro momento podíamos habernos sentido atraídos el uno por el otro y tal vez hubiéramos hablado, paseado... pero ahora...


—¿Ahora?


Él se inclinó los pocos centímetros que le faltaban para llegar hasta sus labios. Era el momento que ella había imaginado tantas veces, pero tuvo que apartarse demasiado pronto. Tenía que saberlo.


—¿Y Carla?


—¿Quién? —preguntó Pedro, con la mente aún confusa por su dulce sabor.


—Carla. Te la presenté y has bailado con ella.


—Sí, claro. Carla —asintió él sin más—. ¿Qué pasa con ella?


—¿Te... te gustó?


Él agarró a Paula por los hombros deseando poder sacudir todos aquellos sinsentidos de su cabeza.


—Claro que me gusta, pero no tengo ni idea de qué quieres decir.


—Preparé esta noche para que la conocieras a ella. O a alguien. A la persona perfecta, la que te hiciera feliz —susurró ella, entre temblores.


¿Pero no se daba cuenta de a quién tenía entre los brazos?


—¿Esperabas que me enamorase de la mujer de mis sueños esta noche?


—Sí —admitió ella.


—Pero, ¿No te das cuenta de que era demasiado tarde?


—¡No!, nunca es demasiado tarde.


—¿Y qué hago metido en este estúpido ascensor en lugar de admirar a las diversas y maravillosas mujeres que me has preparado en la fiesta?


—No lo sé.



—¿No lo sabes?


Ella sacudió la cabeza, pero él creyó ver una chispa en sus ojos, un pequeño signo de esperanza al que tal vez ella no quisiera creer. Y no se sorprendía del todo. Simplemente tenía que demostrarle lo que sentía para que pudiese creerlo. La tomó en sus brazos y la besó contra la pared del ascensor, y aquel fue el beso de un hombre que sabía lo que quería, que tenía en brazos a la mujer de sus sueños, que sabía que por fin la había encontrado. Cuando se separó de sus labios, las lágrimas y temblores de Paula habían desaparecido. En su lugar había una mujer que sabía lo que estaba ocurriendo.


—Estás aquí por mí.


—Estoy aquí por tí —admitió él.


—Porque me quieres a mí.


—Porque te quiero a tí.


—Porque... —ella acabó perdiendo los nervios.


—Porque yo, Pedro Alfonso, romántico empedernido, te amo a tí, Paula Chaves, tonta racionalista.


—Oh, Pedro. ¿Estás seguro? ¿Lo dices en serio?


Le tomó la cara entre las manos y le dijo:


—Te amo más de lo que pensé que podía amar a nadie.


—Yo también te quiero, te quiero, te quiero —dijo, gritando de la emoción y lanzándose a sus brazos con tanta fuerza que él se tambaleó, y con él la cabina del ascensor.


—Tranquila, cariño. No sé cuánta excitación puede aguantar este ascensor.


—No me importa —dijo ella, por fin levantando su preciosa mirada hacia él—. Si el ascensor se cayera ahora, moriría la mujer más feliz del mundo.


—Cariño, si el ascensor se cayera, aterrizaría dos pisos más abajo, así que serías la mujer con la pierna rota más feliz del mundo.


—Pero tú amortiguarías mi caída.


—Eso depende.


—¿De qué?


—De mi recompensa por ser un héroe.


Paula sonrió de oreja a oreja antes de besarlo tan apasionadamente que a él le costó mantenerse en pie y no ceder ante la avalancha de besos que se le vinieron encima. Quería reír y llorar a la vez en los fuertes brazos de Pedro. Ese momento se convirtió en el más feliz de su vida. Y mientras las lágrimas de alegría corrían por su rostro, pensó que había sido el destino lo que la había llevado a amar tanto aquel viejo ascensor, sabiendo que le sería útil un día, y ¡Había estado en lo cierto!

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