lunes, 27 de septiembre de 2021

La Heredera: Capítulo 19

 —¿Es que nunca ha oído hablar del caos creativo?


—No —respondió y miró el reloj—. Estoy perdiendo el tiempo. No me necesita. Buenos días.


Paula se puso en pie. Pedro tiró el paraguas al suelo.


—No se marche, por favor. Sí que la necesito.


—¿Para qué? —preguntó ella con malicia.


Pedro sonrió con amabilidad. Sus ojos verdes se arrugaron un poco y su expresión adquirió cierta inocencia. Paula no se fiaba lo más mínimo.


—El negocio ha crecido más de lo esperado y necesita unas nuevas directrices.


—¿En serio? —contestó Paula sin bajar la guardia.


Alfonso se apoyó en la esquina de una mesa enterrada bajo un montón de planos. Llevaba desabrochadas las mangas de la camisa y revelaron unos antebrazos fuertes. Paula apartó la mirada. Tenía la boca seca. Pedro advirtió ese pequeño gesto y se sorprendió. Había empezado a pensar que no existía nada para aquella mujer, excepto su calculada inteligencia y su carácter frío. Ese leve estremecimiento lo dio ánimos, pero procuró no expresarlo.


—Nunca he querido un negocio a escala internacional —dijo abatido—. A pesar de las nuevas tecnologías, creo que son mayores los problemas que los beneficios.


—¿Dónde está ubicada la sede central? —preguntó Paula intrigada.


—En Milán. Empecé allí.


—¿Es usted italiano?


Pedro comprendió, al ver la sorpresa de Paula, que ella había pensado en él, a pesar de todo. Se sintió halagado.


—Soy un mestizo y marcó mis propias reglas.


Paula volvió a sufrir un ligero temblor y él lo acusó. Finalmente, no era una mujer tan fría como ella quería aparentar.


—¿Qué clase de mestizo?


—Un vagabundo —apuntó, y enseguida se escuchó relatando su vida—. Mi madre nació en un pueblo de la costa de Croacia. Mi padre estaba de vacaciones cuando se conocieron. Se marchó a Australia cuando yo tenía tres años. 


—¿Australia? —repitió Paula—. No tiene acento australiano.


—Salí de allí con catorce años —prosiguió—. He vivido en todas partes. Estudié en Boston, pero mi primer encargo llegó desde Italia. Milán es una gran ciudad y los italianos se interesan por sus edificios. Así que decidí instalarme allí.


—Suena como un auténtico flechazo.


—Y así fue —dijo con una sonrisa—. Es una constante en mi vida.


Paula se puso tensa. Pedro deseaba que abandonara esa actitud tan defensiva y que coqueteara con él sin miedo. Y no podía explicar por qué. Pero se limitó a sonreír sin mirarlo a la cara.


—¿Está seguro que todas las relaciones nacen de un impulso? ¿No es algo que uno planea con meticulosidad?


—Bueno, no lo sé —dijo irritado—. Supongo que necesitas una estrategia.


—¿De veras?


Paula trataba de aparentar aburrimiento, pero había algo en su forma de comportarse que intrigó a Pedro. Parecía avergonzada.


—En fin, supongo que lo primero es tener muy claro lo que quieres — dijo con calma. Ella no respondió—. Y qué puedes ofrecer a cambio — continuó con cautela.


Paula seguía en silencio, aunque la tensión era creciente. De pronto, Pedro añadió, sin estar muy seguro del motivo:


—Por ejemplo, en mi caso, el compromiso es algo estrictamente provisional. 

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