lunes, 20 de septiembre de 2021

La Heredera: Capítulo 1

Paula Chaves se quedó de piedra cuando cruzó el vestíbulo de la casa de su padre. No la habían invitado a una cena íntima y familiar. Se trataba de una fiesta en toda regla. Las mujeres vestían sus mejores galas, los camareros llevaban uniforme y, junto a su padre, el candidato de esa noche sonreía para terminar con su soltería. ¡Y menudo candidato! Se fijó en él en el momento en que cerraban la puerta principal. Hablaba con su padre en el otro extremo del salón. Ambos miraron en su dirección para ver quien había llegado. Por un momento, se olvidó de su padre, de la alcahueta de su querida madrastra Diana y del resto del mundo. Era un hombre alto, apuesto y su expresión revelaba una cierta malicia. Pero ninguno de estos rasgos fue la causa de que ella se quedara sin aire. Se trataba de lo que ella denominaba «la mirada»; era la mirada de un hombre que no la convenía. Conocía, por propia experiencia, esa mirada. Desde que su madrastra la había introducido en su círculo, no había hecho otra cosa que escapar de esa expresión en los ojos que caracterizaba a todos los hombres que había conocido. ¿Por qué razón se empeñaba Lynda en presentarle a esa clase de tipos? Parecía obvio que su padre la había estado esperando. Sin duda, seguía las instrucciones de Diana. Dijo algo al oído del joven galán y pareció aliviado. Tenía que haberse dado cuenta de lo que iba a pasar, pero ahora era demasiado tarde para dar marcha atrás. Esa tarde, por teléfono, Diana se había comportado con demasiada naturalidad.


—Ven a cenar esta noche, querida. Hace mucho tiempo que no te vemos.


Paula, que llegaba tarde a su próxima cita, había aceptado sin pararse a pensar. Ahora estaba de pie, en la entrada. Vestida con un sobrio traje de chaqueta, parecía el patito feo rodeado de todos los cisnes de Londres. Llevaba el pelo mojado. Entretanto, el candidato cruzaba entre la multitud para rescatarla. Algo que ella no deseaba. «Pon tu mejor sonrisa a un perfecto viernes noche» pensó. Sintió la imperiosa necesidad de gritar, pero se reprimió. Miró la figura del hombre que se aproximaba con determinación. Al igual que el resto de los invitados vestía de etiqueta. Sin embargo, se distinguía de ellos gracias a un chaqué de cuello alto, con un suave brocado de plata que brillaba a la luz de las velas. Los faldones se ajustaban a sus estrechas caderas con tanta gracia que resultaba tan adulador como atractivo. Todo el conjunto, coronado por unos ojos almendrados, le daban un aire exótico levemente peligroso. A los ojos de ella no cabía duda de que todo formaba parte de un plan detallado. Un pavo real caminando entre todos esos cisnes. ¿Quién demonios sería? Llegó a la altura de Paula y la tomó de la mano.


—A través de una gran sala concurrida —dijo—. Siempre supe que ocurriría así.


Su voz era como melaza oscura. Era cálida, profunda y terriblemente sensual. El tipo de voz en que Paula podía hundirse plácidamente, sin prisas. Ella retiró la mano y lo obsequió con una sonrisa glacial.


—Hola, muñeca —dijo su padre, que apareció en ese momento.


Desde que Paula se había convertido en una mujer de negocios independiente, su padre utilizaba con ella un tono de falsa camaradería, que apenas ocultaba la gratitud que sentía por no tener que admitir determinados sentimientos.


—Hola, papá —replicó Paula, tan fría como el cristal de la copa que sujetaba en la mano.


—Te presento a Pedro Alfonso. Estaba deseando conocerte.


«Seguro que sí», pensó Paula con amargura. Se preguntaba si lo que había impulsado a Pedro Alfonso a ir a su encuentro era la oportunidad de hacer negocios con su padre o su condición de heredera. Miguel Chaves la sacó de dudas.


—Trabaja en el proyecto de la central.


—¡Ah! El Palazzo Chaves —comprendió Paula. 

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