miércoles, 29 de septiembre de 2021

La Heredera: Capítulo 24

 —Te has dado prisa —dijo Paula con sorpresa—. Estoy trabajando. Entra. Termino enseguida.


Ivana la besó en la mejilla y se frotó los brazos. Era una de las pocas personas que tenían acceso al departamento de Paula. Fue a la cocina y sacó un refresco de la nevera, mientras Paula tecleaba una dirección.


—¿Estás navegando en la red? —preguntó Ivana.


—Asuntos de trabajo.


—¿De veras? ¿De qué se trata?


—Busco información acerca de un posible cliente.


—Eso se parece al espionaje industrial —señaló Ivana interesada—. ¿Qué has averiguado?


—Pues lo más probable es que quiera ejercer un control absoluto sobre todo y no acepte nuestros consejos.


Apagó el ordenador y se giró para mirar a su hermanastra. Pese al tono alegre de su voz, su expresión era algo mohína.


—¿Qué te ocurre, bicho?


—Ya sabes —Ivana se encogió de hombros—. Todo y nada a un tiempo. ¿Qué vas a hacer con ese cliente tuyo? ¿Renunciar al dinero solo porque no quiera aceptar tus consejos?


—A veces me pregunto cuál de las dos es la implacable mujer de negocios.


Ivana se rió, pero pareció complacida.


—¿Y qué vas a hacer?


—Me gustaría renunciar —admitió Paula—, pero hay que ser realistas. La verdad es que la mitad de nuestros clientes saben perfectamente lo que tienen que hacer, pero no tienen agallas. Así que recurren a nosotros para justificar esas decisiones. Y la otra mitad, que realmente necesita nuestra ayuda, pelea cada punto hasta la extenuación.


—Así que este nuevo cliente no es especial.


—¡Oh, sí que lo es! —dijo Paula, que seguía pensando en la imagen de Pedro.


—Te ha pegado fuerte —dijo Ivana con curiosidad—. Nunca creí que eso llegara a pasar. 


Por un momento, esas palabras resonaron como el eco de Julián. Pero Paula lo soportó con firmeza.


—Es solo que, en este momento, tenemos mucho trabajo. Pero no podemos renunciar a nada. No me hagas caso, ya me las apañaré.


—¿Y podrás manejarlo a él? —dijo Ivana con malicia.


—Desde luego —replicó Paula, pero cruzó los dedos al decirlo.


—Ojalá yo pudiera —dijo de pronto Ivana.


—¿Qué?


—No se trata de ningún cliente ni nada por el estilo. Ese no es mi campo, pero...


Si le hubieran preguntado a su padrastro, hubiera dicho que Ivana todavía no había elegido su camino. Su madre estaba a la espera de que su hija anunciara su compromiso firme con un buen partido. Entre tanto, se ganaba la vida haciendo trabajos diversos para sus amigos. Había cocinado, ejercido de modelo, atendido las carpas en los partidos de polo y viajado en una discoteca ambulante. Había tenido una vida plena, llena de diversión, y nunca había ahorrado un penique. Pero ahora toda aquella diversión no parecía tan estupenda.


—¿Qué ha pasado, Ivana? —se inquietó Paula.


Ivana se tumbó sobre la alfombra persa que Paula se había regalado con su primer sueldo. Estaba temblado.


—El amor —balbució Ivana.


Paula no supo qué decir. Se sentía incapaz de ayudar. Ivana siempre se enamoraba.

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