viernes, 24 de septiembre de 2021

La Heredera: Capítulo 12

 —¿Y qué otra cosa puede hacer un hombre si lo primero que le dice es que es usted una adicta al trabajo? —dijo Pedro—. Se suponía que había venido para hacer contactos.


Paula lo miró detenidamente. La mirada de Pedro era muy intencionada. Parecía expectante. Ella no supo qué decir.


—Y además, me ha confesado que las citas le aburren —sentenció Pedro.


—Buena jugada —gritó Aldana.


Paula se sentía derrotada y hundida. Hizo algo que no repetía desde que era una niña. Empujó la silla hacia atrás, que chirrió sobre el suelo y se levantó.


—Discúlpenme.


Y acto seguido, se marchó. 




Paula se refugió en su antigua habitación. Había un viejo sicomoro, cuyas hojas golpeaban el cristal de la ventana y creaba extrañas formas a la luz de la luna. Podía verlas desde la cama. Estaba terminando el otoño y las ramas estaban casi desnudas. Se estremeció. Ese árbol estaba tan desnudo como ella misma. ¿Por qué le había permitido a Pedro Alfonso acercarse tanto? Fue hasta la ventana y apoyó la frente contra el cristal helado. No recordaba haberse sentido antes tan furiosa, tan confusa y perdida. Ni siquiera cuando Julián la había acusado de no aportar nada al movimiento contracultural. Entonces, se había limitado a empaquetar sus cosas y abandonar el departamento que compartían para regresar a su propia torre de marfil. Desde ese momento, había defendido su hogar del mundo exterior y su corazón del acoso de los hombres. Y siempre se había salido con la suya. ¿Cómo era posible que Pedro Alfonso hubiera derribado su coraza con una simple ocurrencia? Se llevó los dedos a las sienes. Notó la rugosidad de su cicatríz bajo la yema de su dedo índice. La frente le ardía. Normalmente nunca olvidaba la cicatriz, pero ni siquiera había pensado en ello durante la cena. Trató de recuperar la calma. Había un pequeño aguamanil en la esquina. Se lavó la cara con agua fría. La sensación del agua fresca le vino bien. Se miró en el espejo. Había demasiado luz. Se adivinaba con demasiada claridad la piel arrugada desde la ceja hasta la frente. Igual que cuando su madre la había levantado del suelo y había retrocedido ante la espantosa visión. Había pasado mucho tiempo, pero el recuerdo seguía vivo en su memoria. «Vamos, cara cortada» se dijo para infundirse ánimos, «Puedes superarlo. Ya lo has hecho antes. No volverás a ver a Pedro Alfonso después de esta noche. No vale la pena enfadarse. No es más que otro proyecto a corto plazo». Se secó la cara y se cubrió la cicatriz con el flequillo. Después de arreglarse el vestido regresó al salón. No fue tan malo como había temido. Después del segundo plato, Diana había sugerido que todos cambiaran de asiento y los hombres se habían mezclado. 

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