viernes, 10 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 54

 Su voz era más grave, más suave... ¿O se lo estaba imaginando ella?


—Bueno, se ajusta a tu descripción —«Aunque tiene poco más que eso», pensó ella.


Pedro se lo pensó un momento antes de echarse a reír.


—Pero tienes que recordar que hay más cosas importantes en una relación.


—¿Como qué?


Ella lo miró y vió su expresión inocente ¿Podía estar hablando en serio?


—¿Hace que tu pulso se acelere cuando la ves? —«Como le pasa al mío cuándo pienso en tí»— ¿La ves como la madre de tus hijos? —«Como te imagino yo con los míos, acunándolos por la noche y jugando por el día»


¡Oh, no! Sus fantasías habían pasado de fantasías sexuales a fantasías familiares, que podían ser aún más peligrosas. Paual quiso retirar sus preguntas. Pedro la miraba con el ceño fruncido y ella sintió como si la hubiesen atravesado el corazón con una flecha con el nombre de Pedro escrito en ella.


—¿Así es como tú ves a Antonio?


Ella se quedó tan sorprendida que el encanto se deshinchó como un globo sin anudar. Antonio. ¿Cómo podía explicarle lo de Antonio? Él era amable, dulce y paciente. Había salido con él de forma esporádica durante unos años y él, un caballero, nunca le había pedido nada más que un beso de buenas noches. Se le había declarado en el mismo momento en que ella se dió cuenta de que sería el marido perfecto, pero le había pedido un mes para pensarlo y se lo había dado. Aquello demostraba paciencia y humildad, pero ahora la imagen la llenaba de ira. No había protestado, no se había arrodillado ni le había suplicado que le eligiese a él o se sentiría perdido para siempre y tampoco le había dicho que la amaba. Y, si lo quisiera, ¿Por qué necesitaría un mes para pensárselo? Se imaginó a Pedro declarándose en ese momento y supo que tardaría menos de un segundo en decidirse. No tenía que sentir aquello por alguien como él, pero nunca lo había sentido por nadie hasta entonces.


—¿Paula? —Pedro la tocó en el hombro, acariciando su cuello con el pulgar, dejándole sentir en todo el brazo el calor de su tacto.


Su voz era grave y cálida, y sintió la extraña necesidad de sincerarse con él. Si quería saber lo de Antonio, se lo contaría.


—Pedro, yo...


—¡Ya ha llegado la cerveza! —dijo Gerardo mientras un par de compañeros suyos llegaban en un cochecito lleno de bebidas y cosas para picar—. ¿A quién le toca? El tiro más corto se beberá una cerveza y el más largo dos.


Era el turno de Pedro, que lanzó y la pelota cayó en el green, a sólo un par de metros de la bandera. Paula seguía hipnotizada pensando en su agilidad y las perfectas formas de su cuerpo cuando fue su turno de golpear. La pelota se quedó a unos pocos metros del green y Gerardo y sus amigos lanzaron gritos de júbilo, a la vez que pasaban las cervezas pertinentes. Ella buscó ayuda en los ojos de Pedro, pero éste se limitó a abrir una lata de cerveza y a pasársela, antes de tomar otras dos para él.


—Bebe, Paula —insistió Gerardo—. ¡Aún quedan muchas!


Paula se llevó la bebida a los labios y entendió la advertencia de Leticia.


—Gracias, Gerardo —dijo Pedro con una enorme sonrisa en la cara—. Me ocuparé de estas dos.


Éste los miró satisfecho y se despidió de ellos para dirigirse a la siguiente pareja.


—¡Menos mal que se han ido! —suspiró Paula—. ¿Las tiramos entre los arbustos?


—No estarás pensando en saltarte las reglas, ¿Verdad? —dijo Pedro, levantando una ceja.


—No he venido aquí para emborracharme.


—¿Por qué has venido entonces?


«Porque me lo pediste tú, porque un solo minuto a tu lado es precioso, porque he cruzado mis propios límites y me he enamorado de tí»

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