lunes, 13 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 56

 —Entonces es verdad que no tienes a nadie —dijo susurrando.


—Qué va. Tengo a mi hermana y a sus tres hijos.


—Pero no tienes padres, ni siquiera de acogida. Ni esposa. Un hombre solitario. Todo el mundo parece abandonarte —su mente borrosa pareció darse cuenta de lo que había dicho—. ¡Lo siento! ¡No quería...!


—No pasa nada —él se encogió de hombros; ella tenía razón.


—No, quería decir que eso no te tenía que haber pasado a tí. Eres tan bueno, tan entregado a los demás y extraordinario. Seguro que nunca has hecho nada que merezca tanta mala suerte.


Ella lo miraba con sus enormes ojos azules llenos de ternura, sin rastro de reticencias, culpa o duda. Tenía que ser culpa del alcohol. Necesitó de todo su autocontrol para no acercarse a ella y aprovecharse de su penoso estado para besar la adorable expresión de su lujuriosa boca.


—¿Qué pasa con Juana? —preguntó ella.


—¿Quién?


—Tu compañera de avión.


—No creo que tengamos que invitarla —no había vuelto a pensar en ella desde por la mañana.


Aquello pareció complacerla.


—¿De verdad está a dos horas?


—Sí. Y todas las habitaciones están preparadas y el congelador lleno hasta los topes.


—Crees que Gerardo se enfadará.


—Le diré que tenemos que trabajar en nuestro proyecto.


—Me encantará conocer tu casa, pero con una condición.


—¿Cuál?


—Nada de juegos con alcohol.


Aquello le hizo sonreír.


—Concedido.



Tres horas después el conductor dejaba a Paula y a Pedro en el porche de la casa con sus equipajes en las manos. Aquello unido al olor salado de la costa sirvió para despertar del todo a Paula. ¿Qué demonios estaba haciendo allí? En una casa enorme, sola con Pedro... Era demasiado tarde para arrepentirse, a no ser que echara a correr tras el conductor. Pedro la esperaba en el umbral de la puerta.


—¿Vienes o piensas transformarte en cubito de hielo?


—Voy. Estaba admirando el cielo.


El cielo estaba cuajado de estrellas decorando un cielo de un negro aterciopelado.


—¿Es precioso, verdad? —dijo Pedro con voz grave, mirándola a ella.


Él intentaba poner orden en lo que estaba pasando. Lo último que necesitaba era otra mujer deseosa de curarlo de su soledad. Necesitaba tiempo para acabar con sus miserias para poder tener una oportunidad de disfrutar de toda la felicidad de la vida adulta.


—Tienes razón —dijo ella—. Hace mucho frío. Al decir que estaba en la playa, imaginé cálidas noches de verano.


Cuando se disponía a entrar, Pedro la agarró de un brazo diciendo:


—Vuelve en verano. Veremos lo que podemos hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario