miércoles, 8 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 50

 —¡Claro! Necesito tu ayuda para estar listo para la caddie — ella le sonrió—. O tal vez haya alguien de tu oficina que esté deseando dejar la abogacía para convertirse en madre y esposa.


¿Qué acababa de decir? ¿Quería provocarle un ataque de celos?


—¿Obligarías a tu mujer a dejar su trabajo para ocuparse de tus hijos? —casi gruñó ella, poniéndose roja.


Su reacción hizo que Pedro se sintiera más cómodo.


—Si eso es lo que ella quiere hacer...


Ella lo miró, sin saber si iba en serio de verdad.


—Eres una jefa muy dura, Paula... No sé qué hacer contigo.


—Soy una perfeccionista. Y no veo nada de malo en ello.


—Yo tampoco, pero la gente comete errores. No has de ser tan dura con tus clientes, conmigo o contigo misma.


Ella lo miró sorprendida. Nadie le había hablado así nunca, y desde luego, lo necesitaba.


—Olvida a David, a tus clientes, a mí. Nadie es perfecto. Tienes que aprender a confiar en los demás.


«Confiar», pensó Paula, volviendo a mirar el tráfico. «No tengo problema en confiar en la gente, sólo que he aprendido a fiarme de aquellos que no me dejan de lado» Quería estar segura y preparada, quería encontrar una relación como la que tenían sus padres. Una relación basada en la confianza. Entonces se acordó de Carmen Gold y de su cena con Jorge... Aquella mujer tenía una enorme capacidad para perdonar y Paula sintió envidia de ella porque nunca había habido tanta misericordia en su corazón. Pero, ¿era tan fácil como Sebastian lo pintaba? ¿Sólo consistía en dejarse llevar? Se volvió hacia él. Antes había sentido que la estaba mirando, pero en aquel momento Pedro tenía la vista fija en la carretera. Tenía un perfil glorioso: Una nariz recta, ojos verdes grisáceos enmarcados por las pestañas más atractivas del mundo y unos labios que invitaban a la lujuria. Aquellos labios sólo hablaban de honestidad y fidelidad, que sonreían con tanta facilidad, los labios que había besado hacía tan poco tiempo. ¿No había salido de aquellos labios la idea de que debía cerrar los ojos y confiar en él? Aquello era lo que más le asustaba de aquellos labios.


En el aeropuerto se encontraron con un grupo de abogados excitadísimos con sus clientes estrella, y todos juntos subieron al avión de cincuenta plazas que había alquilado el bufete. Pedro era la estrella del día, y Paula vió aliviada cómo se lo llevaba su grupo de fans. Era incapaz de pensar con él a su lado, oliendo tan bien y siendo tan merecedor de su confianza. Entonces él la llamó para ofrecerle el sitio de ventanilla que le había guardado y ella estuvo a punto de sufrir un colapso. Habría podido pensar que se lo había dicho Gloria, pero supo que no; él era así. Y se preguntó por un momento si Antonio le hubiera cedido su asiento; él le habría narrado todo lo que se veía desde la ventanilla sin darle una mínima oportunidad de verlo por sus propios ojos. Con Antonio veía la vida pasar mientras que con Pedro la vivía a cada segundo. Pero, ¿Qué hacía comparándolos? Sus posiciones en su vida eran muy distintas; además, estaba convirtiendo a Pedro en el esposo perfecto, no en su esposo perfecto. Paula intentaba pensar en una excusa para no quedarse a solas con él, cuando sintió un golpecito en el hombro.


—Debes ser «Paua», la de los cuentos del ogro y el troll.


Al girarse, Paula vió a Leticia, la única socia del bufete.


—Sí, soy yo.


Ella era la madre de los gemelos. Le contó que la adoraban y que desde que la conocieron, los cuentos de mamá ya no eran los mejores. Después le ofreció un sitio a su lado.


—Claro —Paula aún estaba perpleja, pero miró a Pedro y supo que él adivinaría que no lo sentía tanto como quería aparentar.


—Veo —dijo Leticia sin más preámbulos— que has traído a nuestro cliente estrella. Bien hecho.


El brillo de los ojos de Leticia hicieron pensar a Paula que no sólo la felicitaba profesionalmente.


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