miércoles, 1 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 37

Paula llegó a duras penas a su despacho, donde Karen la esperaba con un plato de galletas de chocolate. Supo de inmediato que su ayudante, que era la persona mejor informada del mundo, sabía exactamente lo que había pasado en el piso de abajo. Mordió una galleta y la miró. Entonces lo comprendió todo. Se volvió hacia Karen y dijo con voz firme:


—Fuiste tú quien mandó a Antonio a buscarme, ¿Verdad?


—Claro que fui yo.


—Sabiendo que estábamos... —Paula se calló de golpe.


¡Claro que lo sabía! Antonio había acudido al despacho de Paula tan pronto como llegó y Karen le había indicado dónde estaba ella. ¿Y por qué no había de hacerlo? Era culpa únicamente de Paula el que hubiera estado a punto de verse en la situación más comprometida de su vida, no de Karen. A pesar de todo, seguía teniendo la extraña sensación de que Karen sabía exactamente lo que estaba haciendo ella.


—¿Sabías que Antonio iba a venir? —preguntó Karen con voz suave.


Paula sacudió la cabeza.


—No sabía que vendría hoy, pero sí que pensaba venir.


—Por supuesto que vendría. Le habías pedido un mes para pensarlo y ya ha pasado ese tiempo —Karen empezó a agitarse nerviosa en su asiento—. ¿Entonces?


—Entonces, ¿Qué?


—¿Qué le vas a contestar? ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas acasar con él o no?


Era la pregunta del día. Y en ese momento nadie tenía la respuesta a ella.





Pedro se sumergió en el agua helada de la piscina para contrarrestar el calor de su cuerpo y nadó con fuerza, intentando evitar pensar en ella. Tras quince minutos se detuvo y vió a Daniel recostado en una tumbona arropado con una manta hasta el cuello.


—Hola, colega —dijo Daniel—. ¿Qué estás haciendo?


—Me apetecía nadar —dijo Pero aún jadeante.


—Ya veo. ¿Te has dado cuenta de que estamos en pleno invierno? —preguntó Daniel, mientras los dientes le castañeteaban.


—¿Y qué? Una vez que entras en calor, da igual. Anímate.


—Ni lo sueñes, colega.


—¿Aún te duele la rodilla? —preguntó Pedro, sonriendopor fin.


—Eso es. Ese es motivo suficiente.


Daniel esperó. Pedro supo que o lo contaba todo o sufriría las consecuencias.


—Era verdad. El prometido existe. ¡Y es americano!


—Supongo que te refieres a la abogada.


—Por supuesto. Ella nunca lo negó, pero tampoco dijo lo contrario.


Y seguía sin hacerlo. Pero Antonio era real: Si no era su prometido sería su novio, su amante o algo igualmente atroz.


—Estaba empezando a pensar que tenías razón en lo de que era una estratagema para mantener alejados a los hombres que acababan de recuperar la soltería, que deben perseguirla a todos lados, además.


«¿En qué me estoy convirtiendo?», pensó Pedro, sintiéndose mal consigo mismo. «¡Soy patético!»


—Pero no era así...


—No —Pedro se apartó del borde de la piscina y nadó unos cuantos largos más. Cuando paró, Daniel seguía allí.


—¿Qué cambiaba el que ella tuviera novio? —preguntó Daniel.


—¿Qué quieres decir?


—¿Le hubieras pedido una cita? ¿La hubieras considerado una candidata a novia... Y a todo lo demás?

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