miércoles, 15 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 61

 —Si buscas consejo sobre qué hacer con Antonio, no me preguntes a mí.


¿Por qué no? Se moría de ganas de verlo caer de rodillas en la arena y oírle decir que sólo juntos podrían enmendar sus pasados. Sus rodillas temblaron al imaginarlo tomándola por los hombros y demostrándole sus sentimientos de la forma más inolvidable posible.


—¿Qué debo decirle, Pedro? —preguntó sin aliento.


Él se detuvo y la miró. El viento golpeaba su cara y sus mejillas estaban rojas por la brisa salada.


—¿Por qué me preguntas a mí?


—Porque somos... amigos —«porque la respuesta la tienes tú, porque no puedo hacerme responsable de destruir el equilibrio que has encontrado en la vida. A no ser que eso sea lo que quieras»


—¿Amigos? —la expresión de su cara era indescifrable.


—Si alguien tiene esa respuesta, ése eres tú. 


¿Cómo podía decírselo de forma más obvia?


Él la miró mientras ella intentaba mandarle un mensaje telepático, sin éxito.


—Yo soy el último que tiene la respuesta a esa pregunta.


Y se dió la vuelta y continuó el camino hacia la casa. Ya estaba. No sentía nada por ella. Se había lanzado a él, a la búsqueda de... ¿Respuestas? ¿Opciones? ¿La prueba de que había estado equivocada? Pero tenía que haber escuchado su corazón, tenía que haber sido más lista. Él no tenía nada que ofrecerla. Pedro se arrastró hasta llegar a casa. ¿Por qué le preguntaba a él, el hombre menos indicado para hablar de matrimonio según sus propias palabras? Pero si lo pensaba con calma, ella le estaba pidiendo que le dijera que no. Quería decirle que no y que él estuviera de acuerdo con ella. Aceleró el ritmo para que ella no lo alcanzara. Sabía que si se lo volvía a preguntar, le rogaría que le dijera que no. Pero aquello, él, era lo último que ella necesitaba: Su carrera, su familia, su estabilidad... Apenas se conocían desde hacía una semana, pero el remolino de sensaciones que ella le había provocado había sido indescriptible. Si no tenía cuidado, aquello podía quemarlo y dejarlo sin nada que ofrecer a ninguna otra mujer. Ella no era para él.




Cuando Paula salió de la ducha, tras una hora entera, Pedro había preparado la comida. Mantuvieron una conversación correcta y civilizada en la mesa, y ella se mantuvo entera aunque su corazón estaba hecho pedazos. Cuando acabaron, Pedro metió todo en el lavavajillas y se volvió hacia ella.


—Ahora tengo que enseñarte a la mía.


—¿Cómo? —preguntó Paula boquiabierta, acordándose de la tercera medalla de golf.


—Mi familia, para que puedas saber más cosas de mí. Mañana voy a llevar a los niños de Luciana al zoo. Puedes venir con nosotros, si quieres.


Ella asintió. Mañana era domingo y era el día en que pensaba dar a Antonio su respuesta. Tenía que aprovechar la oportunidad de pasar un día más en la compañía de Pedro, por más que le doliera que su corazón se hubiera entregado a él. No podía seguir negándolo.


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