lunes, 13 de septiembre de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 59

Parecía cansada; los dos habían dormido mal. Saber que estaban a unos metros uno del otro había sido muy doloroso.


—A Bobby le encantaría esto —dijo ella cuando él llegó a su lado—. No sé cómo puedes volver a la ciudad después de pasar tiempo aquí. Es el paraíso. Yo no me marcharía nunca de aquí.


—Vengo a menudo, pero esta casa está hecha para mucha gente, por eso me encanta cuando vienen Luciana, Daniel y los niños a pasar un par de semanas. Es genial.


Paula asintió. La casa y él estaban hechos para estar rodeados de gente. Echó a andar por la orilla, esperando que Pedro la siguiera, cosa fácil porque se sentía atraído por ella como si fuera un imán.


—¿Y qué planes tienes con Antonio? ¿Van a tener niños?


—Pedro, no me preguntes por él, por favor.


—Vamos, Paula. Creo que entiendo por qué no quieres hablar del pasado, pero a él ya lo conozco. Se le ve en la cara que está loco por tí, deja de hacer como si no existiera. Creo que me lo debes.


Pedro acabó por fin su discurso. Ella no podía imaginar por su tono de voz cuánto le dolía hablar de él.


—¿De verdad quieres que te hable de él?


—Claro, cuéntamelo todo. Seguro que es una preciosa historia de amor.


—No estoy acostumbrada a hablar... Hablo a diario de las relaciones fallidas de otras personas, pero no de las mías propias.


—Míralo de otro modo. Aquí no hay abogados ni nada raro, sólo yo —dijo él, cuya voz sonaba cada vez más fría.


—Bien —empezó ella, dubitativa—. Es abogado, vive en Boston la mitad del año.


—Eso ya lo sé, cariño. No me digas cuál es su número de zapatos; háblame de ustedes, de cómo se declaró. ¿Lo escribió en el cielo?


Ella se echó a reír.


«Bien, relájate, cariño, y cuéntame como un hombre puede robar tu corazón y por qué pareces a punto de tirarlo todo por la borda»


—Estábamos en una conferencia en Washington D.C y me llevó a cenar a un pequeño restaurante de Georgetown. Él pagó la cuenta.


—¿Y?


—Siempre habíamos pagado a medias hasta entonces y cuándo le pregunté por qué pagaba, me dijo que no era necesario repartir gastos. Su dinero era mío puesto que lo único que quería era que fuese su esposa.


¿Eso era una declaración de matrimonio? Paula merecía que besaran el suelo que pisaba y que la llenaran la casa de flores.


—¿No es muy romántico, entonces, verdad?


Paula sacudió la cabeza. Unos mechones de su pelo escaparon de la coleta y el viento empezó a juguetear con ellos.


—Pero a veces el romanticismo es lo último necesario para que una relación funcione. Mira a mis padres: no creo que mi padre le haya comprado nunca a mi madre un solo ramo de flores o una caja de bombones y son la pareja más bonita del mundo.


Pedro pensó que los padres de Paula eran unos románticos, pero ella no lo podía ver. No era el momento de hablar de eso, sino de su prometido.


—¿Y qué pasó?


Si le decía que echó a llorar antes de lanzarse sobre el regazo de Antonio, declarándole su amor incondicional, Pedro pensó que no le quedaría más remedio que lanzarse de cabeza al océano.


—Le pedí un mes para pensarlo.

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