miércoles, 22 de septiembre de 2021

La Heredera: Capítulo 9

 —Claro —rió Pedro—. No se lo tomó demasiado bien. Le dije que había ciertas cosas que uno podía guardar para uso personal, pero no los grandes edificios. Pertenecen a la gente.


—Podía haberle dado una apoplejía —señaló Paula divertida.


—Vaya, es muy sincera —dijo Alfonso.


—Soy su hija.


Se miraron. Pedro parecía desconcertado y eso no lo agradaba. Paula estaba rebosante. Unos segundos después, Alfonso había recuperado la sonrisa.


—Eso es indudable —admitió—. Tendrá que perdonarme si no demuestro tanta sinceridad como ustedes.


—Querrá decir tanta brusquedad —puntualizó Paula.


—Los dos se expresan con mucha claridad.


—¿De veras?


—Claro como el agua —señaló.


Paula no sabía qué pensar y esa idea le producía cierto desasosiego. Se sintió aún más intranquila cuando el señor Alfonso prosiguió.


—Aunque usted es más camaleónica que su padre.


—¿Qué?


—Me gusta el cambio. El azul turquesa le sienta muy bien.


Paula, de modo instintivo, se echó hacia atrás como si él hubiera querido tocar el pañuelo de seda que le cubría el pecho. Esa reacción lo sorprendió y ella se dio cuenta. Hubiera querido darse una bofetada.


—No se desilusione —dijo—, pero es prestado.


—No estoy desilusionado.


—¿Qué es exactamente lo que hace para mi padre? —preguntó hastiada—. Sé que trabaja para él, pero ¿Está en nómina?


—En cierto modo.


—Ya veo que no me lo quiere contar —comprendió Paula—. ¿Por qué?


—Es un asunto confidencial.


—Así que mi padre está a punto de llevárselo de su actual empresa — sonrió Paula. 


—No. Soy mi propio jefe y eso no va a cambiar. Si bien supongo que robar empleados es algo habitual para su padre.


—¿Acaso no lo hacen todos?


—Dígamelo usted —replicó él con curiosidad—. ¿No se dedica a eso?


—Si todavía no sabe cómo funciona, no creo que yo pueda ayudarlo —rió Paula.


Paula creyó que él también reiría, pero no lo hizo. De hecho, se instaló entre ellos un desagradable silencio.


—Desde luego, es usted la hija de Miguel Chaves.


—¿Es que espera que me disculpe por algo así? —replicó Paula nerviosa.


—No. Claro que no. Pero...


Antes de que pudiera continuar, el servicio había comenzado a servir la cena. Paula concentró su atención en el pastel de queso, mientras que Pedro Alfonsop era reclamado por la mujer de su izquierda. Agradeció esa tregua. A su lado, la enorme personalidad de Cristian de Witt no le infundía ningún temor.


—¿Quiénes son todos esos? —preguntó Witt, mientras sonreía a sus admiradoras.


—Invitados habituales —contestó Paula—. Gente de Chaves Electronics, compañeras de mi madrastra y algunos vecinos.


—¿Ha ido a ver Totality?


De pronto, Paula cayó en la cuenta de con quien hablaba. Era el protagonista de una nueva obra que había recibido unas críticas inmejorables. Estuvo a punto de chasquear los dedos.


—No he tenido tiempo, pero figura entre mi lista de prioridades —y añadió—: Ahora que lo pienso, ¿Por qué no está actuando esta noche?


—Nos trasladamos al West End —explicó él, con una sonrisa—. Estrenamos el próximo jueves, siempre que el director tenga tiempo de organizarse.


—¿Y tendrá que volver a ensayar toda la obra? 

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