miércoles, 5 de julio de 2023

Loca Por tí: Capítulo 9

 –Nuestras explotaciones, las australianas, son las más grandes del mundo. ¿Lo sabías? Anna Creek, en el norte, tiene unos dos millones y medio de hectáreas.


–Más de veinte mil kilómetros cuadrados –calculó Pedro rápidamente.


–Veinticinco mil, para ser exactos. En la misma zona, tenemos Alexandria, que es un poco más pequeña y, por último, Victoria Downs, que es enorme.


–Los ranchos más grandes que hay en Estados Unidos no sobrepasan los tres mil kilómetros cuadrados. Eso quiere decir que los australianos son diez veces más grandes. Las explotaciones argentinas tampoco llegan a esas dimensiones aunque a principios de año ví una explotación que se vendía en el noroeste del país que tenía cuatrocientas mil hectáreas. Buenos Aires, nuestra querida capital, se edificó gracias al dinero procedente del buey. Ustedes se basaron más de las ovejas, si no me equivoco…


–Efectivamente. Nosotros, en Langdon Enterprises, tenemos tanto vacas como ovejas. De hecho, dos de nuestras plantas de ovejas producen la mejor lana merina del mundo. Casi toda la exportamos a Japón. ¿Te lo había contado Gonzalo?


–Sí, creo que sí. Tu hermano tiene un montón de responsabilidades desde que murió su abuelo, ¿No?


–Sí, desde luego que las tiene, pero lo lleva muy bien –contestó Paula–. Nació para ello –añadió girándose hacia él y admirando su perfil.


Pedro había salido a montar con el típico sombrero gaucho, que le sentaba de maravilla. Sentir una atracción sexual tan fuerte por aquel hombre y conseguir disimular no era fácil.


–¿A tu padre no le gustaba el negocio? –preguntó Pedro.


Paula apartó la mirada.


–El negocio saltó una generación hasta mi hermano, que ha estado esperándolo desde niño. Es mucha presión, pero puede con todo. Pudo, incluso, con mi abuelo. Los demás no tuvimos tanta suerte. Mi padre es mucho más feliz ahora que ha dejado de lado la empresa. Mi abuelo podía resultar una persona aterradora. Nos hizo mucho daño a todos. A mi padre nunca le gustó este mundo, pero era un hijo muy obediente y siempre quiso halagar a su padre.


–¿Y tú?


–¿Cómo decirlo? Mi mayor hazaña fue desafiar a mi abuelo para casarme con mi marido. Ni a él ni a Gonzao les gustaba Marcos y pronto ví que tenían razón. No sé si sabes que estoy separada y divorciándome en estos momentos.


–Lo siento –contestó Pedro pensando que él tenía muy claro que no se quería casar nunca.


–Pues no lo sientas –respondió Paula en un tono más tajante del que le hubiera gustado emplear.


Pedro se dió cuenta del ansia que tenía aquella mujer por deshacerse definitivamente del hombre al que un día amó. ¿Qué habría ido mal entre ellos?


–Yo también intenté agradar a mi abuelo –le explicó Paula con más calma–, pero no me salió bien… Claro que mi abuelo creía que las mujeres somos inferiores.


–¡No puede ser!

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