viernes, 28 de julio de 2023

Loca Por Tí: Capítulo 53

Pedro no pensaba en el miedo de Paula, pues estaba completamente concentrado en ver lo que tenía delante. No le parecía especialmente peligroso aunque había un olor extraño, como si el aire llevara millones de aire sin ventilación. Era fácil avanzar por el túnel aunque se hacía un poco largo, la verdad. Sabía que, en aquellos momentos, estaba bajando. Doce minutos después, según su reloj, se encontró en una cámara en la que pudo ponerse en pie. Había rocas caídas desde los lados hacia el centro. Aquella era la cámara de Gonzalo. Enfocó la linterna hacia el techo. No había pinturas. La superficie del techo parecía pulcra y aterciopelada. ¿Por efecto del agua? Aquel continente había albergado un enorme mar interior en la prehistoria. Por eso dibujaban cocodrilos y peces, claro. La temperatura había bajado varios grados. Enfocó la linterna hacia el suelo y vió que había pepitas de oro entre la arena.


–¡Increíble! –exclamó.


Supuso que Gonzalo habría exclamado algo parecido. Su amigo había decidido no avanzar más, pero él quería seguir. Sin arriesgarse, pero seguir un poco más. No quería que Paula se angustiara, pero debía de haber un montón de cuevas conectadas, así que alumbró hacia el siguiente pasadizo, que era realmente estrecho para un hombre de su tamaño.


Paula pensó en ir tras él, pero descartó la idea, pues odiaba los espacios reducidos. Ni siquiera le gustaban los ascensores. No le quedaba más remedio que confiar en Pedro, como en otro tiempo había confiado en Gonzalo, pero ya habían pasado cuarenta minutos. Se preguntó cuánto más debía esperar, cuánto más podía confiar. Los hombres eran así, siempre buscando aventuras, siempre desafiando a la muerte. Las mujeres, por el contrario, eran más precavidas y prudentes. Por eso, las mujeres no eran capaces de iniciar guerras. Recordó, entonces, que ella también era temeraria a veces, como cuando se le había ocurrido comenzar a jugar al polo. Oh, su abuelo había puesto el grito en el cielo, pero a ella le había dado exactamente igual. Se le daba bien porque amaba a los caballos y ellos la amaban a ella, no había caballo sobre la faz de la tierra que no pudiera montar, se entendía a las mil maravillas con ellos. Un cuervo graznó y se acercó a la entrada de la cueva. Paula se asustó y gritó y el pájaro se fue tan repentinamente como había llegado. Se puso en pie. Estaba nerviosa. Entonces, oyó ruidos y vió la luz. Gracias a Dios. Era Pedro.


–¡Pedro! –gritó corriendo hacia él, que salía cubierto de polvo.


Pedro se puso en pie. Estaba radiante.


–Tienes que entrar conmigo –le dijo inmediatamente–. ¡Es increíble! ¡Nunca he visto nada igual!


–¿Qué es? ¿Qué hay? –quiso saber Paula.


–No te lo digo, lo tienes que ver tú misma –contestó tomándola de la mano–. El pasadizo de entrada es estrecho para mí, pero tú cabes perfectamente.


–¿Me puedo negar?

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