miércoles, 12 de julio de 2023

Loca Por Tí: Capítulo 24

Y a ella le gustaba cómo lo decía. Nadie lo decía así. De nuevo había aparecido la atracción, aquella energía sexual que pasaba entre sus cuerpos de manera casi física. Pedro tenía un cuerpo escultural, bien bronceado. De hecho, no parecía que tuviera marca blanca en la cinturilla del bañador. Le debía de haber dado el sol por todo el cuerpo. Era obvio que aquel hombre no tenía nada de cohibido. En eso, no se parecía a ella.


–Tengo muy claro que me estás evitando –comentó mirándola con sarcasmo.


Acto seguido, la sorprendió inclinándose sobre su hombro y chupándole las gotas de agua que allí quedaban.


–¡Pedro! –exclamó Paula intentando apartarse.


–¿Te da vergüenza que nos vean? –le preguntó él–. Gonzalo y Brenda solo tienen ojos el uno para el otro, como debe ser. La única que nos está espiando con prismáticos es tu prima.


–No será verdad…


–No, claro que no, es una broma, pero estoy seguro de que, si los tuviera a mano, nos estaría espiando –contestó Pedro–. Te tienes celos, ¿Verdad?


Paula se giró hacia él y lo miró con sincera incredulidad.


–Claro que no.


–Claro que sí –insistió Pedro–. ¿Por qué te pones tan nerviosa cuando estás conmigo? No pasa nada por sentarse a hablar un rato. Es algo muy normal.


–Se me da mejor hablar cuando estoy vestida –confesó Paula.


Pedro la miró con intensidad.


–Quiero tocarte –confesó con voz grave–. Quiero hacerte el amor. Quiero besarte por todo el cuerpo. Quiero besarte en zonas donde nadie te haya besado –añadió alargando la mano para tomar la de Paula.


Paula sintió una punzada en el útero.


–¿Por qué me haces esto, Pedro? –murmuró.


–¿No es obvio? –contestó él apretándole la mano–. Me has encandilado.


Paula apenas podía contestar.


–Te he dicho que sigo casada.


–Pronto serás libre. Eso es lo que quieres, ¿No?


Pedro no le comentó que Karen le había dicho que su prima podría haber sido la protagonista de La bella dama sin piedad, pero recordó sus palabras.


–Aunque por fuera parezca puro caramelo, por dentro no es así, te lo aseguro –le había dicho Karen–. Nosotros lo llamamos el síndrome Chaves. Los Chaves son peliagudos. Su marido, sin embargo, es una persona encantadora. La idolatra. La tiene en un pedestal. Es una pena, pero Paula no ha querido desempeñar su papel de esposa durante mucho tiempo.


–Debería irme –comentó Paula de repente.


–No –murmuró Pedro–. Tienes una piel tan blanca que temo que te quemes.


–Desde luego, no tengo tu tono aceitunado –contestó Paula.


Pedro le acarició el cuello.


–Tu piel tiene el brillo de las perlas. Eres increíblemente bella, Paula –la aduló–. «Largos eran sus cabellos, su pie ligero, sus ojos hechiceros».


–Me encanta Keats –confesó Paula–. Me gusta que conozcas ese poema.


Pedro se encogió de hombros.


–Es un escritor famoso y sus versos son famosos. La bella dama sin piedad.


–¿Te he hecho pensar en ella? –le preguntó Paula.


¿Pedro la vería así, demasiado fría y un poco cruel? Él no contestó, se volvió a meter en el agua y le tendió los brazos.


–Ven conmigo.


Paula sintió un escalofrío de placer por la columna, pero dudó. Karen los estaba mirando. Paula era una mujer prudente poco dada a las aventuras, pero tenía la sensación de que aquello estaba cambiando.


–Ven –insistió Pedro.


Paula sentía la respiración agitada, pero no podía hacer otra cosa sino dejarse caer entre sus brazos.

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