viernes, 7 de julio de 2023

Loca Por Tí: Capítulo 14

Paula admiraba por la ventanilla del copiloto los humedales donde vivían miles de aves acuáticas. Los humedales se habían unido a los pantanos y una ya no sabía dónde empezaban unos y otros, todo era una masa enorme de agua.


–Cuando hay sequía, todo esto se seca –le dijo a Pedro, que conducía como hacía todo lo demás, con total seguridad–. Entonces, se ve el fondo, todo lleno de grietas y de huellas de canguros, emúes, camellos, cerdos salvajes, serpientes e incluso pisadas humanas.


–¿Camellos? –se sorprendió Pedro.


–Sí, aquí hay camellos –le aseguró Paula–. Los trajeron los mercaderes afganos en 1840. Se crían muy bien. Incluso los exportamos a los países árabes. Es muy normal verlos por aquí, pero pueden resultar muy dañinos… Aunque menos que otros animales, la verdad, porque sus pezuñas están adaptadas al desierto. Claro que se lo comen absolutamente todo, así que el resto de la fauna se queda sin nada. Además, resultan peligrosos cuando el macho se excita.


–¿Ah, sí? –se extrañó Pedro elevando una ceja.


–Sí. En el último recuento, había más de un millón de camellos asilvestrados en las zonas desérticas de todo el país. Los búfalos que han ido introduciendo también resultan muy dañinos para el ecosistema. Incluso han introducido dingos.


–¿Pero esos animales no son autóctonos? –se extrañó Pedro admirando el precioso pelo rubio de Paula, que se lo había soltado sobre los hombros.


Además, se había cambiado de ropa para comer. Ahora, llevaba una camiseta azul con un logo plateado en el frente que hacía que a Pedro se le fueran lo ojos a sus pechos, altos y turgentes.


–Llevan miles de años aquí, pero son originarios del sudeste asiático, donde debían de ser perros domésticos. Durante los cuatro mil o cinco mil años que llevan aquí, se han vuelto salvajes. Ahora mismo, son el primer depredador. Pueden matar hasta a un niño.


–Vaya, qué horror –se lamentó Pedro–. ¿Y las ovejas? Porque imagino que las vacas no tienen problema para defenderse…


–Bueno, las terneras lo pasan un poco mal porque los dingos cazan en manadas y los machos y las hembras alfa son muy peligrosos. Por eso, tenemos la valla antidingos.


–Sí, he oído hablar de ella.


–Te llevaré a ver el trozo que pasa por Kooraki antes de que te vayas.


Al pensar en su partida, Paula sintió un indiscutible disgusto. Increíble. ¿Cómo era posible que le gustara tanto en tan poco tiempo? Era innegable que se sentía poderosamente atraída por él. Ojalá Pedro no se diera cuenta.


–La valla antidingos tiene 6.000 kilómetros aproximadamente – continuó para disimular–. Antes tenía más, unos 8.000, pero en 1980 se decidió reducirla para reducir también los gastos de mantenimiento. Como es una valla de postes de madera y alambre, necesita arreglos continuos y es el cuento de nunca acabar, pero, gracias a ella, más de veintiséis millones de hectáreas de pastos de ganado bovino y vacuno quedan a salvo. Si se te olvida cerrar una de las verjas, te metes en un buen lío.


–¿Y quién se va a enterar de que has sido tú?


–Te sorprenderías –le aseguró Paula–. Aquí todo el mundo está muy pendiente. En cuanto llegan turistas o gente de fuera, se sabe. Te aseguro que la gente que se dedica al ganado jamás cometería el error de dejar una verja abierta.

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