lunes, 10 de julio de 2023

Loca Por Tí: Capítulo 16

Así que comenzaron a ascender juntos. Un ualabí se sobresaltó al verlos y salió corriendo. Paula se escurrió y Pedro se apresuró a pasarle un brazo por los hombros para ayudarla a mantener el equilibrio. Ella no pudo evitar gritar. Sabía que no había sido del susto o del miedo a caerse sino de algo mucho peor, mucho más peligroso. A la altura a la que estaban, el ruido de la cascada era más fuerte. El agua les salpicaba. No les llegaba a mojar, pero los refrescaba, lo que era de agradecer en un día tan caluroso. Ella se encontró bebiéndose las gotas de agua fresca que se le quedaban en los labios. Se le había secado la boca y se preguntó si aquello sería lo que Brenda sentía por Gonzalo. Estaba excitada y sabía que su excitación era de origen sexual. El sendero se hizo cada vez más estrecho y comenzó a avanzar con un pie delante de otro, como cuando era niña. Parecía que Pedro llevara toda la vida haciendo aquel camino, pues avanzaba sin dificultad. Entonces, recordó que su estancia estaba muy cerca de Los Andes. Seguro que estaba acostumbrado a las montañas. Por fin llegaron a la cumbre y se quedaron mirando las tierras de abajo. No había ni una sola nube.


–¡Qué magia! –exclamó Pedro–. ¡Esto es precioso!


Seguía teniendo el brazo alrededor de los hombros de Paula. ¿Se le habría olvidado?


–Pues todavía hay más –contestó Paula apartándose y rompiendo el contacto–. No levantes la cabeza hasta que te lo diga –añadió entrando en la cueva.


Cuando iban allí de niños, Gonzalo, Brenda y ella siempre llevaban linternas para poder explorar el interior de la cueva. La última vez que habían ido, su hermano y ella habían dejado una linterna en la entrada.


–Dentro está muy oscuro –le explicó a Pedro–. No olvides mantener la cabeza baja.


Pedro asintió. No estaba tan oscuro como era de esperar. Aunque no entraba la luz del sol, la cueva no estaba completamente a oscuras. De hecho, pudo distinguir cuándo el techo se hacía más alto y sepiedra y agarraba algo. De repente, se hizo la luz. El haz de luz de la linterna que Paula había encendido bailó sobre las paredes de la cueva. Él se quedó mirando las pinturas rupestres con la boca abierta. Incluso ella, que había estado allí innumerables veces, se quedó sin habla. Quería que su invitado se quedara fascinado por lo que estaba viendo. Pedro se acercó a una de las paredes y examinó el dibujo de una enorme pitón pintada en blanco y negro. Era tan grande que cubría dos paredes y su cabeza, negra e imponente, llegaba al techo. Obviamente, era un animal importante, tal vez incluso sagrado, para los aborígenes que lo habían pintado. A los humanos los representaban como palos y alrededor de los ojos les ponían unos círculos blancos. A las mujeres les añadían pechos caídos y grandes. También había canguros, emúes, árboles y bandadas de pájaros, pero lo más increíble era un cocodrilo rodeado de palmeras tropicales. Además, habían representado peces y tortugas. Todos los dibujos estaban enmarcados por las huellas de las palmas de las manos de los artistas. Pedro se giró hacia Paula.


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