viernes, 28 de julio de 2023

Loca Por Tí: Capítulo 54

 –Por supuesto, pero te aseguro que no es peligroso. A lo mejor, si nos internáramos mucho hacia el centro, sería peligroso, pero, hasta donde yo he llegado, no lo es –insistió–. No temas, conmigo estás a salvo. Tienes que entrar, Paula, no sabes lo que te pierdes.


Estaba tan emocionado y contento como Howard Carter debía de haber estado al descubrir la tumba de Tutankamon noventa años antes. Paula se dijo que, con Pedro a su lado, podía vencer todos sus miedos.


–Te sigo.


El pasadizo era estrecho y Paula tuvo un leve acceso de claustrofobia y le entraron ganas de gritar, pero no lo hizo porque olía muy raro. ¿Qué sería aquello? Era como una mezcla de sal, arena, pescado… De repente, el pasadizo se abrió y fueron a dar a un espacio enorme. Estaban sobre una roca caliza de unos diez metros cuadrados. Había muchas parecidas y todas apuntaban hacia el centro del lugar. Ella se dió cuenta de que parecía un teatro. Era una preciosidad. Echó los hombros hacia atrás y se dió cuenta de que respiraba casi con normalidad. Pedro, a su lado, le pasó el brazo por los hombros. Estaba completamente enamorada de aquel hombre y con él había nacido una nueva Paula.


–¿Qué te parece? –le preguntó.


–Madre mía, esto es mágico –admitió Paula.


Había estalactitas colgando del techo y estalagmitas que subían desde el suelo y formaciones churriguerescas de barro que adoptaban formas caprichosas. En un rincón, había una que parecía un órgano. El olor a mar era penetrante, pero no había agua por ninguna parte.


–¿A que es formidable? –le preguntó Pedor muy sonriente.


Paula asintió boquiabierta. No se podía creer lo que estaba viendo, era de una belleza sin igual. Aunque tenían dos linternas, no las necesitaban porque había una claridad tal que parecía que entrara el sol por el techo.


–Todo esto está protegido, ¿Verdad? Supongo que estará considerado Patrimonio Natural –observó Pedro.


–Así es –contestó Paula–. No se puede tocar absolutamente nada. Madre mía, han hecho falta millones de años para que se formara lo que estamos viendo…


–¿Aquí estaba su mar interior?


–Puede ser… –contestó Paula–. Seguro que los aborígenes descubrieron este lugar y transmitieron el secreto de generación en generación. ¿Y qué me dices de las pepitas de oro de la cueva de Gonzalo?


Pedro sonrió.


–Pirita de hierro.


Paula miró el órgano.


–A lo mejor, no deberíamos estar aquí. ¿Y si es un lugar sagrado y lo estamos profanando de alguna manera?

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