viernes, 7 de julio de 2023

Loca Por Tí: Capítulo 12

 –Creo que es uno de nuestros trabajadores.


–Pues va derecho hacia esos árboles –se preocupó Pedro–. Si no consigue recuperar el control, está muerto –añadió azuzando a su caballo–. Espérame aquí.


Le había dado una orden, pero a Paula no le importó porque sabía que era fruto de la urgencia de la situación, así que se quedó donde estaba mientras Pedro ponía a su caballo al galope. No había nada que le gustara más a Pegaso que correr, que dar alcance a otro caballo. Para eso había nacido y se le había entrenado. El jinete del caballo descontrolado había perdido el sombrero y Paula identificó su caballo rojo. Eso le permitió reconocerlo. Se trataba de Adrián, uno de sus empleados. No se acordaba de su apellido. En cualquier caso, no era un buen jinete. ¿Por qué se habría asustado su caballo? Se puso la mano sobre los ojos a modo de visera para cubrirse del ardiente sol. Se sentía un poco preocupada por Pedro. Saltaba a la vista que era un excelente jinete, pero lo que se proponía era muy peligroso. Si le ocurriera algo… Si le ocurriera algo… Se encontró rezando en voz baja. Pedro había llegado al otro caballo en un ángulo oblicuo y estaba empezando a aproximarse a él. Por muy asustado que estuviera, no corría tanto como Pegaso, así que ya iban a la par. La línea de meta podía ser la barrera de árboles, que podía ser mortal. Paula sintió que se quedaba sin aliento. Vio cómo Pedro se ladeaba en la silla, se agarraba con una mano y con la otra intentaba agarrar las riendas del otro jinete. Asistió perpleja al espectáculo de ver cómo Pedro conseguía hacerse con el control del otro caballo, que reconoció la mano experta de un gran jinete y obedeció cuando este le tiró de las riendas hacia atrás para frenarlo. Poco a poco, se fue parando, lo que levantó una gran polvareda roja.


–Gracias a Dios –murmuró Paula segura de que Adrián estaría muerto de miedo. 


¿Y Pedro? ¿Qué pensaría? ¡Menudo primer contacto con su mundo! Menos mal que todo había ido bien y que nadie había resultado herido. Paula no pudo evitar pensar en la estampida en la que había muerto Manuel Norton, el marido de Celia Norton. Años después supieron que, sin embargo, no era el padre de Brenda. Aquella Celia había resultado ser una mujer malévola que solo era fiel a sí misma. Paula se dirigió a los dos jinetes, que habían buscado una sombra para desmontar. Cuando llegó a su lado, se encontró con una extraña pareja. Por una parte, Adrián, que no era más que un niño y que temblaba como una hoja y estaba pálido, y Pedro, que no presentaba señal alguna del drama que acababa de vivir a no ser por la línea de sudor que le cruzaba la frente.


–Bien está lo que bien acaba –comentó al verla llegar.


No parecía alterado ni enfadado en absoluto, pero Paula sí.


–¿Se puede saber qué ha pasado? –le recriminó al trabajador, que intentó sonreír.


–Admito que montar a caballo no es lo mío. Se me dan mejor las motos.


–Tú y yo ya nos hemos visto antes, ¿Verdad?


–Sí, señora –reconoció el trabajador–. Soy Adrián. Este caballero me ha salvado de romperme una pierna.


–Una pierna o algo más grave seguramente –intervino Pedro.


–Es que apareció un lagarto varano enorme, como de un metro.


–¡Qué tontería! Ya sería menos –contestó Paula.


–Bueno, midiera lo que midiera, nos ha asustado –admitió Adrián.


–Dando unos cuantos golpes con la fusta, se asustan y se van – lo informó Paula con impaciencia.


–No se me ha ocurrido –admitió el chico.


–¿Estás como para volver a montar? –le dijo Pedro.


–Pobre Elvis, creía que se le salía el corazón por la boca – contestó el chaval.


–Tranquilo, todo ha terminado ya y ha salido bien –le contestó Pedro.

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