lunes, 3 de julio de 2023

Loca Por Tí: Capítulo 1

Paula tenía abiertas las puertas correderas que daban al jardín, así que vió el momento exacto en el que entró el jeep en el que llegaba su huésped argentino. Los neumáticos hicieron saltar la grava del camino y el ruido del motor amortiguó el canto de los loros y las cacatúas que estaban comiendo posados en los árboles de preciosos colores de los alrededores. Parapetada tras una cortina, observó cómo el coche describía un brusco semicírculo alrededor de la fuentecilla cantarina y se paraba ante los escalones que daban acceso a la casa de Kooraki. Pedro Alfonso había llegado. Estaba emocionada. ¿Qué otra cosa sino emoción podía ser el torbellino que sentía en la garganta? Hacía mucho tiempo que no se sentía así, pero no entendía de dónde había salido aquello porque no tenía absolutamente ningún motivo para encontrarse emocionada. De repente, se puso seria, se giró hacia el espejo y estudió su reflejo. Se había vestido de manera sencilla. Blusa color crema y pantalones pitillo del mismo color con cinturón ancho de cuero para resaltar su cintura de avispa. Hacía mucho calor y había dudado si recogerse el pelo, pero, al final, se lo había dejado suelto porque su melena rubia era uno de sus mejores rasgos. Se encontraba algo perdida. Había dado la bienvenida a numerosos visitantes a Kooraki en aquellos años. ¿Por qué se ponía nerviosa? 


Paula tomó aire tres veces seguidas y se calmó. Había leído en algún lugar que eso ayudaba y, cuando lo necesitaba, utilizaba el truco. Y le funcionaba. Había llegado el momento de bajar para dar la bienvenida a su invitado de honor. Salió al pasillo, de cuyas paredes colgaban increíbles cuadros, y avanzó sigilosa. Se oían las voces de dos hombres. Una era más grave que la otra y tenía un acento fascinante. Así que ya estaban dentro. Sin saber muy bien por qué lo hacía, como si fuera una niña, echó una ojeada por encima de la balaustrada de madera sin que la vieran. Entonces, vió al hombre que iba a poner su vida patas arriba. Jamás olvidaría aquel momento. Estaba conversando animadamente con su hermano, Gonzalo. Ambos estaban de pie bajo la lámpara de cristal que colgaba del techo. Su lenguaje corporal ponía de manifiesto que se admiraban y se respetaban mutuamente. Los dos eran increíblemente guapos, altos, atléticos y de piernas largas. Era de esperar, pues ambos eran jugadores de polo de élite. El rubio era su hermano, Gonzalo, dueño de Kooraki desde que su abuelo, Alfredo Chaves, había muerto. Su abuelo había sido un gran ganadero, conocido en todo el país. El otro era su amigo argentino, al que había invitado para su boda. Pedro Alfonso acababa de llegar en avión desde Longreach, la terminal más cercana a la vasta y alejada propiedad de los Chaves, que se encontraba rodeada por el desierto Simpson, el tercero más grande del mundo. No podían ser más opuestos físicamente hablando. Mientras que su hermano era rubio y de ojos azules, como ella, Pedro tenía el pelo negro y brillante como el azabache, los típicos ojos oscuros de los hispanos y piel bronceada. Se notaba que era de otro país, de otra cultura. Se ponía de relieve en sus modales, en su voz, en sus gestos, pues movía constantemente las manos, los hombros e incluso la cabeza. Con solo mirarlo, Paula sintió un increíble calor en el pecho que se extendió hacia abajo por su cuerpo. Fue como si se hubiera bebido un trago de whisky.

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