miércoles, 26 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 21

 –El Día de la Madre está a la vuelta de la esquina. Apenas faltan dos semanas. Debe de echarte mucho de menos.


Lo único a lo que su madre podía echar de menos era al saldo de su cuenta corriente. Pero no estaba dispuesto a meterse en esa conversación. Y estaba claro que Mamá se había aferrado a la idea como un perro que arrancase la carne de un hueso a dentelladas.


–¿Cuántos años han pasado? –insistió.


Pedro no quiso contestar, pero mentalmente hizo la cuenta.


–Ya es más que hora.


Su madre era la única parcela de su vida a la que se había negado a darle acceso a Mamá desde el día que llegó a su casa. No iba a haber reconciliación alguna con su madre.


–Solo una tarjeta para empezar –le dijo ella, como si no hubieran tenido aquella misma escena cientos de veces–. Creo que tengo una perfecta por aquí.


Mamá siempre tenía un cajón dedicado a las tarjetas de felicitación de un tipo u otro, adecuadas para cada ocasión. Para todas menos para una madre y un hijo que llevaban separados catorce años. Sin decir palabra, agarró el bote de schnapps y salió por la puerta, que lo despidió con un chirrido. Cuando miró hacia atrás, Mamá estaba de espaldas con el cajón abierto ante sí, canturreando satisfecha. Qué encogida estaba. Qué frágil, a pesar de su corpulencia. Y qué estropeada estaba la casa. Volvió a sentirse culpable por haber permitido que llegara a aquel estado. Apenas llevaba media hora en Chaves Beach y ya se sentía ahogado por todos aquellos incómodos sentimientos. No le gustaba sentirse así. Paula había estado allí y él, no. Pero aquello iba a cambiar.


–¡Asegúrate de que se bebe un poco! –le gritó Mamá desde la cocina–. Y no vuelvas hasta que lo consigas.


Y a pesar de que detestaba tener que darle la razón a Paula, por mucho que le molestaran aquellos inesperados sentimientos, tenía que admitir que había acertado con su insistencia para que volviera. Mamá lo necesitaba.



Pedro cruzó el jardín que unía ambas casas y volvió a pensar que la propiedad de Paula era todo lo que la de Mamá no. Aun estando unidas por la hierba, eran muy diferentes: La de Mamá, salpicada de altos árboles, que complicarían el corte del césped, y la de los Chaves, cuidadosamente mantenida y con el sabor perfecto del dinero abundante durante generaciones. Por lo poco que le había contado Mamá, sabía que Paula había heredado la propiedad hacía poco más o menos un año, y algo creía haber oído él sobre un compromiso roto y algo así. ¿De dónde sacaría el tiempo para llevar a buen término todo el trabajo que antes hacía un ejército de jardineros? Pensó en ir por la puerta principal para que resultara más formal y correcto, pero al final optó por la parte de atrás y el pantalán. Se detuvo y contempló la casa. La pintura blanca de la fachada se veía hueca por algunos puntos y desconchada en otros, y en un lado habían hecho pruebas de color. Parecían haber elegido el lavanda, y en una tabla más abajo, habían probado con los colores de las molduras, que oscilaban entre el lila y el rojo oscuro. El color elegido le hizo sospechar que no conocía en absoluto a Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario