lunes, 3 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 55

Pero ¿Qué demonios? Era como todas las mujeres con las que había salido desde que cumplió los diecisiete años, y ya estaba cansado. Paula representaba una novedad, cálida, dulce, con principios. Sí, tenía principios, reglas que utilizaba para guiar su vida. ¡Y él que pensaba que aquellas cosas pertenecían al pasado, y que en la actualidad sólo quedaban vestigios en personas aburridas y puritanas cuyo único objetivo en la vida era evitar que la gente se divirtiera!  Pero era distinta a todo lo que había conocido. Tenía integridad, y Pedro sabía que amarla lo haría mejor persona. Ella cambiaría su vida, para mejor. Lástima que eso fuera imposible. Sin embargo tenía una chispa especial que lo atraía de una forma que ni P.J. ni todas las mujeres como ella habían logrado despertar en él. ¿Qué iba a hacer al respecto?


—Es la mejor comida que he probado en muchos años, P.J. —le dijo Paula  cuando los hombres se acercaron al bar a servirse una copa.


—Mi único talento —dijo P.J. con un suspiro—. Ahora entenderás por qué tengo que casarme con Pedro.


Las dos mujeres estaban sentadas en el sofá.


—¿De verdad necesitas casarte con él? —preguntó Paula—. No sé, estoy segura de que está dispuesto a pasar lo que pidas por el rancho. ¿Por qué no se lo vendes e inviertes ese dinero en un negocio?


P.J. negó firmemente con la cabeza.


—No, eso no puedo.


—¿Por qué no? Podrías conseguir una cantidad muy importante.


—Lo que quiero no es el dinero en sí —reconoció P.J.—. Lo que necesito es seguridad. La seguridad que sólo te da una gran fortuna. Ese es mi objetivo —dijo P.J. acomodándose en la esquina del sofá y sentándose sobre las piernas—. Mira, te diré algo que no debes olvidar, Paula. El dinero está bien, pero tiene la mala costumbre de gastarse sin que te des cuenta. Te lo digo por experiencia, el dinero enseguida se evapora —movió la cabeza arriba y abajo—. La tierra sin embargo permanece. Es la gallina que pone los huevos de oro, y si eres lista, no se te ocurre vender la gallina.


—Entonces supongo que el rancho es próspero, ¿No?


Paula se preguntaba quién se ocuparía del rancho, ya que desde luego no parecía que fuera P.J., quien tampoco hablaba mucho del tema.


—Todo lo bien que se puede esperar, pero no cuento con ello para mi mantenimiento. El dinero que genere el rancho no es lo importante. Como ya te he dicho, el dinero puede desaparecer en un momento. El rancho es algo que puedo utilizar para conseguir la vida que quiero. Supongo que soy muy afortunada de tenerlo.


—Ya veo. 


—¿Sabes una cosa? —continuó P.J.—. Esto puede que te sorprenda, pero estoy cansada de estar siempre de marcha. Cada vez me cuesta más, y cuando se marchite mi belleza, ya no me quedará nada. Tengo que prepararme para el futuro. Quiero un marido, y tener hijos como todo el mundo.


—¿Ah, sí? Creía que los niños te ponían enferma.


—Y me ponen. ¿No creerás que iba a ocuparme yo ellos? Para eso están los criados.


—Oh. ¿Cómo no se me había ocurrido?


—Porque tú no tienes la misma filosofía de la vida que yo. Pero deberías empezar a preparar tu futuro, chica. Soy un poco mayor que tú, y estoy de vuelta de muchas cosas. Podría darte algunas lecciones —le aseguró P.J. asintiendo con la cabeza.


Paula intentó esbozar una sonrisa, aunque no logró muy convincente. 

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