miércoles, 5 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 56

 —En cuanto a mí —continuó P.J.—, sé muy bien lo que quiero. Lo quiero todo, pero no hundida en la miseria y la pobreza. Pedro es mi única esperanza de tener una buena vida, y pienso aprovecharla.


Paula tenía que admirar su franqueza, incluso aunque no tuviera muchos principios. Más tarde, cuando P.J. y Gustavo ya se habían ido, le contó la conversación a Pedro.


—¿Tan próspero es el rancho? —preguntó ella.


Pedro se encogió de hombros.


—Por lo que he visto, el rancho está hipotecado hasta las cejas. Según mis informaciones, ni siquiera puede pagar las letras mensuales.


—¿Y no hay forma de que puedas hacerte con él de otra manera?


Pedro sonrió.


—Es complicado. Si fuera un proyecto normal y corriente, no lo pensaría dos veces. Pero en este caso, mi madre no me lo permitiría. Quiere que todo sea legal y siguiendo las reglas. En el fondo siente lástima de P.J.


Paula podía entenderlo. Para la madre de Pedro, P.J. era parte del Texas que había dejado atrás y que todavía echaba de menos.


—¿O sea, que tendrás que casarse con ella? 


Pedro se limitó a encogerse de hombros y mirarla profundamente a los ojos sin decir nada. Después se alejó.


Media hora más tarde le preguntó si quería acompañarlo al día siguiente al rancho.


—Quiero ir a verlo. Cada vez que le digo a P.J. que me lleve, encuentra una excusa para evitarlo. Quiero verlo con mis propios ojos y ver qué es lo que intenta ocultar.


—Claro, te acompañaremos —dijo ella refiriéndose a Joaquín.


—Bien. He pedido una cesta de comida a la cocina. Será mejor que nos vayamos pronto, por si acaso a P.J. y Gustavo se les ocurre volver otra vez.


Paula se echó a reír. La verdad era que tenía gracia. Gustavo parecía haberse pegado a P.J. como una lapa, a la vez que la mujer creía estar seduciendo Pedro para que se casara con ella. Dejó a Pedro viendo la televisión y ella se acostó, alegrándose de tener su camisón en lugar de la camiseta. Estaba muy cansada. Cuidar de un niño era una tarea agotadora, aunque te encantara. Enseguida se quedó dormida. Durante la madrugada algo la despertó. Abrió los ojos sin saber dónde estaba. Volviéndose hacia la cuna, vio una sombra de pie y contuvo el aliento.


—Tranquila —era Pedro—. Soy yo. Joaquín estaba lloriqueando, y he venido a ver qué pasaba.


Paula encendió la luz de la mesita y vió a Pedro con Joaquín en brazos, la imagen del padre perfecto. Se le llenaron los ojos de lágrimas de alegría.


—Oh, Pedro —balbuceó ella.


—¿Qué pasa? —preguntó él sorprendido—. ¿Tanto te asustado? Paula, lo siento.


—No, no es eso.


Ella se levantó de la cama, se puso la bata y se acercó a él. Le dio un beso en la mejilla y después sonrió al pequeño.


—Es que estoy muy contenta —dijo ella con la voz entrecortada y sonriéndole—. Es que… Es que mi marido… —sollozó levemente y sacudió la cabeza—. No importa. 

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