lunes, 31 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 31

Se acercó a la mesa del comedor a dejar el sobre con el dinero. Había varios montoncitos de papel bien colocados. Aquella no era la casa de alguien que recibía a los amigos, o que celebraba multitudinarias cenas. Entonces lo entendió. Su espacio emanaba soledad. ¿Paula, la misma que estaba siempre en el corazón del grupo, dirigiendo la acción sin saber tan siquiera que lo hacía? ¿La chica que siempre estaba in, ahora tenía que rogar que le dejasen utilizar el club náutico que llevaba el nombre de su abuelo? ¿La joven tan conservadora como sus padres, se estaba planteando pintar la casa de color malva para escándalo de la comunidad mientras dirigía una aventura comercial desde su propio pantalán?


–¿Qué te ha pasado? – le preguntó suavemente.


Y vió algo más que secretos en sus ojos, tan grandes, verdes e intensos. Pero no se permitió que ejercieran sobre él su hechizo porque creyó ver en su mirada algo que ella no quería que viese: Su miedo. Durante un instante, sintió la tentación de contárselo. Que, después de que él se marchase aquel verano, todo su mundo había cambiado irrevocablemente y para siempre. Pero había decidido no ceder a los impulsos, pues lamentaba las payasadas que había hecho a espaldas de Malena, y menos aún en lo concerniente a Pedro.


–No me ha pasado nada. He crecido. Eso es todo.


No quería que posara más tiempo la mirada en los papeles que tenía sobre la mesa. Los documentos para el registro de fundaciones sin ánimo de lucro estaban allí, lo mismo que la solicitud para la recalificación que le permitiera acometer la transformación necesaria para convertir aquella casa en un refugio para madres solteras. No quería hablar de ello, y menos con él. Nunca. Aún sosteniendo cerrados los delanteros de la bata, se interpuso entre él y sus secretos.


–¿Hay algo sobre la mesa que no quieres que vea?


Estaban tan cerca que podía olerlo. El aroma del agua del lago no se había borrado del todo de su piel; el jabón no había logrado erradicarlo.


–No.


–A diferencia de Malena, se te está arrugando el entrecejo –le dijo, rozándole entre las cejas.


Cómo desearía poder apoyarse en esa mano y compartir sus cargas con él.


–Siete años –resumió él, mirando por encima de su hombro–. ¿Qué puede haber en tu mesa, después de siete años, que no quieras que yo vea? –preguntó, alzando las cejas de ese modo tan particular suyo–. ¿Un catálogo de lencería?


Aquello tenía que terminar. Con un movimiento rápido de la mano, agarró el sobre y lo miró con interés exagerado.


–No lo quiero.


Pedro se encogió de hombros.


–Dónalo a tu organización favorita.


–Está bien –suspiró. 


Nunca podría llegar a imaginarse la ironía que había en aquella sugerencia.


–En fin… Tengo que vestirme. Si me disculpas…

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