miércoles, 5 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 60

El trayecto hasta el rancho recorría los preciosos paisajes de los alrededores de Dallas. Durante el mismo, Pedro contó historias que su madre le había relatado sobre las aventuras que había corrido de joven en el rancho de Texas, historias que hacían del rancho el lugar ideal para disfrutar de una infancia cargada de añoranza. Sin embargo, cuando por fin llegaron al Triple A, se encontraron con algo muy distinto.


—Esto no puede ser —exclamó Pedro mirando los destartalados edificios que se levantaban en una colina al final de un camino polvoriento.


Pedro había detenido el coche en la carretera, justo delante del arco oxidado del que colgaba el cartel que decía «Rancho Triple A». Había una oxidada verja de hierro que abrieron sin dificultad empujándola con el coche. Conduciendo lentamente, recorrieron el sendero flanqueado de árboles, muchos de ellos sin vida, y llegaron hasta las edificaciones del rancho. Todas estaban vacías. Era evidente que allí hacía mucho tiempo que no vivía nadie.


—No hay ni rastro del ganado —dijo Pedro protegiéndose los ojos del sol mientras recorría con la vista la colina circundante—. Aquí no parece que haya nadie, ni que el rancho esté en explotación —sacudió la cabeza— . Y desde luego no parece el rancho del que mi madre lleva hablándome toda la vida. Está totalmente arruinado. Es una lástima.


Paula se dió cuenta de lo decepcionado que estaba. 


—¿No es posible que nos hayamos equivocado de rancho? ¿O que estemos en la parte posterior de la finca? —sugirió ella.


Pedro negó con la cabeza.


—No. Es éste. No me extraña que P.J. no quisiera traerme a verlo.


—Bueno, al menos podemos comer aquí —dijo ella empezando a bajar las cosas del coche y preparando un lugar a la sombra para Joaquín.


Pedro le ayudó a extender una manta bajo un árbol, aunque estaba con serio gesto y pensativo. Abrieron la cesta de comida y encontraron pollo frito con galletas y con mazorcas de maíz.


—¿En febrero? —preguntó Pedro, mirando el maíz con suspicacia.


—Seguramente es importado o congelado —dijo Paula—. No es tan bueno como el que tenemos en verano, pero sabe bastante bien.


Comieron, charlaron y jugaron con Joaquín, y poco a poco Pedro se fue animando. Hasta el punto de ver algunos aspectos positivos en la tierra que le rodeaba, como las flores silvestres que empezaban a florecer y las blancas nubes de algodón que salpicaban el azul del cielo.


—Tengo que reconocer que, en sus buenos tiempos, este es el mismo rancho del que me hablaba mi madre, pero la verdad es que me había hecho una idea muy distinta.


—¿Sí?


—Sí. Ahora me doy cuenta de que ni siquiera se basaba en lo que ella me contó, sino en aquella serie de la televisión, Dallas. ¿Cómo se llamaba el rancho? ¿Southfork? Sí, eso creo. El caso es que ésa era la imagen que me había hecho. Una mansión espléndida, unos establos enormes, un montón de coches aparcados, un helipuerto en la parte de atrás, kilómetros y kilómetros de vallas, y ganado, claro.


Paula sonrió asintiendo.


—Yo también ví la serie.


—Aunque este rancho en su época debió de ser bastante impresionante —continuó él—, la verdad es que no se puede comparar con Southfork. De todos modos, era un buen rancho. Lástima que todo eso haya quedado en el pasado —hizo una mueca—. Me alegro de que no esté aquí mi madre para verlo. Espero que nunca nadie se lo cuente.


Regresaron a la ciudad por carreteras secundarias disfrutando del paisaje. El teléfono de Pedro sonó y éste estacionó para atender la llamada. Mientras hablaba se puso muy serio, pero Paula estaba jugando con Joaquín y no le prestó demasiada atención. Cuando él colgó, se volvió a mirarla.


—Una mala noticia —dijo él sin más preámbulo—. Romina no volverá. Han encontrado su cuerpo en el río. Por lo visto, algún asunto relacionado con drogas.


—¡Oh, Pedro!


Los dos miraron al niño que estaba encantado jugando con un llavero de llaves de plástico, totalmente ajeno al destino de su madre. Se miraron, y sin intercambiar palabra, se fundieron en un largo abrazo. Era una tragedia para el pequeño, pero afortunadamente todavía era muy joven para entender el terrible acontecimiento que acababa de marcar su destino. Quizá fuera mejor así.


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